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La muerte del líder anarquista

Una bala para Durruti

El enigma de la muerte del líder anarquista dispara siete conjeturas y ninguna certidumbre. Su asesinato en Madrid significó el final para un hombre que vivió clandestino, perseguido y en el exilio. Pero también significó la clausura del proyecto libertario de revolución. Fragmentos de un tiempo marcado por hombres decididos, fantasmas traidores y caminos errados.

"Siempre hemos vivido en barracas y tugurios. Tendremos que adaptarnos a ellos por algún tiempo todavía. Pero no olviden que también sabemos construir. Somos nosotros los que hemos construido los palacios y las ciudades de España, América y todo el mundo. Nosotros, los obreros, podemos construir nuevos palacios y ciudades para reemplazar a los destruidos. Nuevos y mejores. No tememos a las ruinas. Estamos destinados a heredar la tierra, de ello no cabe la más mínima duda. La burguesía podrá hacer saltar en pedazos su mundo antes de abandonar el escenario de la historia. Pero nosotros llevamos dentro un mundo nuevo. Está creciendo mientras yo hablo con usted".
Buenaventura Durruti, entrevistado por el diario Toronto Star.

1. Madrid era, desde meses atrás, humo y ceniza. En particular, la Ciudad Universitaria, que había sido escenario de las más encarnizadas batallas entre soldados de la República y los moros que respondían a la autoridad de Franco. A las cuatro de la tarde del 19 de noviembre, un Packard negro detuvo su marcha a poco de ingresar al Pabellón de Odontología, frente al Hospital Clínico. Algunos minutos antes, un mensajero del frente había llegado al cuartel general de la calle Miguel Ángel 27. No eran buenas las noticias que escuchó Buenaventura Durruti, "delegado general" de la columna de la CNT-FAI, que había arribado a la capital apenas seis días antes, con el objeto de reforzar la resistencia en un punto estratégico que podía determinar el futuro de la guerra. Durruti demoró segundos en ponerse en marcha hacia la zona que había sido, un día antes, disputada metro a metro por sublevados y leales. Alguien había ordenado una retirada. Alguien que no era Durruti.

El Packard acorta distancias hasta la Ciudad Universitaria. El chofer conduce como puede, entre órdenes de un irritado Durruti y escombros que dificultan su paso. Poco antes de llegar a destino, el auto se detiene. Durruti y dos de sus acompañantes descienden y caminan unos pasos hasta la posición de un puñado de milicianos, que descansan en pleno frente de batalla. Los disparos de los francotiradores se oyen cercanos, rebotan contra los derruidos edificios. Los milicianos soportan, en silencio, el aluvión de recriminaciones de aquel hombre que era símbolo de las fuerzas anarcosindicales. Habían cometido el error de toparse, ociosos, con el hombre menos indicado, en la peor de las situaciones posibles. Los milicianos bajan la cabeza, luego de intentar excusarse de alguna forma, antes de comenzar a retirarse del lugar. Durruti y sus hombres vuelven al Packard, dispuestos a continuar con la recorrida.

Entonces sonó un disparo, y cayó un hombre. Era Durruti.

2. Les decían "Los tres mosqueteros". En la foto que les tomaron en la redacción del diario parisino Le Libertarie, a horas de su salida de prisión luego de 13 meses en cautiverio, están otra vez los tres juntos. Lucen demacrados, con las marcas en sus rostros de la huelga de hambre previa a su salida, pero algo de aquella mirada audaz con la que posan ante el fotógrafo contagia entusiasmo.

Algo, en esa imagen, marca un punto de partida para esos hombres que, antes de compartir años de clandestinidad, exilio y prisiones, antes de cruzarse en las sombras de las barricadas, en los bancos asaltados y en las bombas lanzadas; se habían encontrado en huelgas y manifestaciones de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Afianzada desde 1910 en Andalucía y Cataluña, la CNT anarquista (menos una central sindical clásica que una organización de masas formada para un objetivo: la revolución) llegó a contar en 1936 con un millón de afiliados (y un solo militante rentado) y con un periódico, Solidaridad Obrera, que tiraba 50 mil ejemplares.

(La nota completa en la edición Sudestada de colección # 5 Los últimos anarquistas)

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Autor

Walter Marini y Hugo Montero