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Entre líneas

Gustavo Roldán: "Tenemos que aprender a descubrir, a mirar el mundo"

Referente de la literatura infantil en nuestro país, Gustavo Roldán, desde hace 20 años transita el espacio de chicos y grandes con sus cuentos de fuertes elementos tradicionales y sus historias aprendidas en el monte chaqueño. En esta charla con Sudestada, nos cuenta sobre sus inicios, el origen de sus cuentos y nos muestra su mundo de animales autóctonos o fantásticos, siempre rebeldes y dispuestos a no callarse.

En el año 83, Gustavo Roldán irrumpió en la literatura infantil con sus cuentos llenos de sabores, olores y colores con los que se había criado en el monte.

Así, quirquinchos, coatíes, yaguaretés y los infaltables sapos, pulgas, piojos y bichos colorados nos hicieron descubrir un mundo que teníamos acá nomás, en Sáenz Peña, cerquita del Impenetrable.

Después fueron apareciendo seres mitológicos y fantásticos en sus libros Dragón y Bestiario, pero siempre con una búsqueda orientada hacia lo importante de detenerse a mirar, a percibir lo simple de cada instante, y a no callarse. Con esos cuentos de tiempos lentos, de reminiscencias orales muy marcadas (como esos que contaban en el fogón los peones, los hacheros y los domadores), con destino de universales, lleva más de 20 años sorprendiendo a chicos y a grandes.

Pasen y vean el universo de Roldán, escritor, carpintero ("creo que el hombre tiene que trabajar tanto con las manos como con la cabeza, ambas cosas se potencian mutuamente") y eterno estudiante de magia, "esa otra forma de crear ilusión, tan parecida -tan igual- a la de un cuento".

-¿Por qué elegiste la literatura infantil?

-Por las malas compañías. Yo escribía para grandes (y sigo haciéndolo), entonces leyendo los cuentos de Laura (Devetach, su esposa) comencé a interesarme en los cuentos infantiles. Junto con eso aparecen los hijos, que exigen que uno les cuente cuentos y comienzo a recordar todos los que me habían contado en el monte. Y un día, tuve que empezar a inventarles algunos, porque se me habían acabado. Muchos años después, ya grandes, me preguntaron por qué no los escribía. Como yo no me los acordaba, me contaron ellos los cuentos que yo les había inventado. Escribí, y me divertí, y me gustó y por esos azares, salieron bien, gustaron; mandé mi libro a un concurso en México y sacó el primer premio. Yo no creo en los concursos, pero qué bueno si a uno le va bien. Fue un estímulo. Y vino, por esos azares también, un momento donde el mercado empezó a pedir cuentos; ocurrió una de esas cosas casi mágicas, que uno no sabe ni porqué, ni cómo suceden. Fue cuando terminó toda esta época terrible de tiranía que estuvimos viviendo. Y comenzaron a aparecer editoriales que querían cuentos infantiles, y escritores que tenían cuentos para chicos. Hasta entonces la literatura infantil era muy pequeña, muy pobre, muy pocos nombres: estaban María Elena Walsh, Laura Devetach, Elsa Bornemann, Javier Villafañe; y lo demás que había era muy pegado a la escuela: era para educar, esas cosas que no tienen nada que ver con la literatura, que son cosas prácticas para enseñarles lo mismo que le enseñan la mamá y la maestra, entonces, ¿para qué?: si tienen una casa, si tienen una maestra, si tienen un policía que les enseña un montón de cosas de socialización, están cumplidas esas funciones. La literatura es una historia distinta...

(la nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº80 - Julio 2009)

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Autor

Nadia Fink