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Malditos

El Alejandro Sokol que yo conocí

Como le pasó a Luca, Alejandro Sokol murió solo y porque le falló el corazón. Claro que antes, ambos, tomaron el camino de los excesos. El de Sokol, fomentado por los amigotes de turno que vivían a costa de él y alimentaban con cocaína y pastillas su caída previsible y pronosticaban los últimos años de un verdadero guerrero, uno distinto en la marketinera actualidad del rock nacional.

Conocí a Alejandro Sokol en el verano de 1997. Con un grupo de amigos, fuimos tras la huella del misterio que rodeaba a una de las bandas de rock más atrayentes por esos años. Se corría la voz de que parte de sus integrantes vivían en Traslasierra, el mismo lugar donde había llegado Luca años antes para escaparse de la heroína. Luego de varias consultas en Nono, ciudad emblemática de esa zona montañosa donde habíamos elegido veranear, alguien nos dio una pista y nos indicó el lugar donde teníamos que consultar para encontrar su paradero, que no estaba allí; sino en Las Calles, un pueblito al que se llega a pie y que queda a unos 7 kilómetros. En Las Calles no deben vivir más que un puñado de familias y los pocos paisanos que nos cruzamos desconocían que allí viviera un cantante de rock, simplemente sabían que había un tal Alejandro que vivía con su familia en una de las casas de aquella localidad. Tímidamente golpeamos las palmas en algunas casas hasta que dimos en el blanco. Primero apareció Lila, su mujer por entonces y madre de sus tres hijos, quien le avisó a Alejandro que tenía visitas. Sokol nos abrió la puerta de alambre de la casa que alquilaba con cara de dormido, pero con la cordialidad de pocos nos invitó a tomar unos mates. Por aquel entonces, yo tenía menos de veinte años y, aparentemente, pocas cosas para compartir con un cantante de rock que estaba por cumplir los 38. Sin embargo, aquella primera juntada sirvió para compartir un posterior asado en su casa...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 76 - Marzo 2009)


El rock es así*

Por Fernando D' addario,

El rock ya dio tantas vueltas y asimiló tantas agachadas que dejó al Bocha Sokol en un lugar de extrañeza, como si perteneciera a otra raza. De hecho, lo confinó a un status de "culto", que suele ser el certificado más tajante de la no pertenencia al "sistema" (esa red artístico-empresarial que concilia voracidad comercial con rebeldía prolijamente disciplinada). Sokol estaba tan afuera de todo que los periodistas -casi siempre cínicos en la relación con los mandatos culturales que rigen el negocio de la música- lo queríamos. Y lo queríamos precisamente porque no nos daba bola. Y no nos daba bola -o a veces sí, cuando se le daba la gana- sin que mediaran estrategias de marketing, de esas que el Indio Solari, un estilista en el usufructo del ocultamiento, patentó para que luego músicos mediocres quisieran jugar al misterio sumándose a la apología del "bajo perfil". Sokol parecía estar más allá de cualquier campaña promocional que pudiera mejorar o empeorar su situación relativa dentro de la escena. No era un profesional. No pertenecía.

Un amigo de siempre, el Cabezón Morales, que trabajó muy cerca del Bocha en los últimos años, lo definió así: "En este ambiente tan mezquino del rock, él fue el tipo más generoso, frontal y honesto que conocí". Y me consta que el Cabezón conoció a mucha gente. Es que Sokol tenía código de barrio. Esta categorización, sin embargo, no debería ser extendida al ámbito musical. Sokol nunca hizo "rock barrial", aunque Las Pelotas haya sido ubicada, arbitrariamente, en los suburbios de esa etiqueta. Aquella clasificación, que describiría con alguna lógica los intereses comunes del público rockero-barrial, simplifica peligrosamente la diversidad musical que alimentaba su condición de frontman. Había escuchado más a David Bowie que a Mick Jagger. Sus letras no remitían ni al costumbrismo de Los Piojos ni al cripticismo telúrico de Divididos. Tampoco se había dejado tentar por la militancia futbolera. Era un tipo que ponía el cuerpo -muchas veces dejaba jirones de su precario equilibrio físico- arriba del escenario sin complacencia ni demagogia. A veces se perdía y cantaba mal, muy mal. Pero cada vez que se apoderaba del escenario -todavía no entiendo cómo Las Pelotas pudo seguir tocando sin él, pero tampoco entendía antes cómo podían seguir tocando con él- transmitía una angustia furiosa que rápidamente se reproducía en el público. Era su catarsis. Sokol se murió ayer. No hubo muchas luces iluminando sus últimos días. En 2020, seguramente, miles de remeras dirán: "Sokol not dead". El rock es así.

* Publicado en la edición del 13 de enero de 2009 del diario Página/12

* Alejandro Sokol, (30 de enero de 1960 - 12 de enero de 2009), apodado "Bocha", fue un músico, vocalista y compositor de rock argentino que integró las reconocidas bandas Sumo y Las Pelotas.

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Ignacio Portela