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En la calle

Respirar en Dock Sud

Los vecinos del Docke están sitiados por un ejército de polución, chimeneas y silencios cómplices. En Villa Inflamable, al pie de fábricas que contaminan la vida cotidiana de chicos y grandes, respiran también sueños y esperanzas.

A pesar de su intensa actividad cultural, sus múltiples espectáculos, su afamada bohemia y su atmósfera atemporal e indescriptible, Buenos Aires se distingue como una ciudad nostálgica y algo triste. Posiblemente, este atributo se corresponda con la falta de cierta justificación poética, porque como ciudad costera se ha negado a sí misma lo que el propio universo le ha proporcionado: la oportunidad de contemplar los amaneceres desde la costa del río.

Salvo escasas excepciones, en Buenos Aires el Sol no asoma por el horizonte. Se levanta sobre las copas de los árboles, llega a las plazas colándose entre modernas torres polarizadas o antiguas cúpulas de viejos edificios para inundar, ya desde lo alto, las plazas y los paseos. Quizás este detalle nos permita entender parcialmente su interminable melancolía: es una ciudad que da la espalda al río.

¿Y por qué Buenos Aires sin playa? ¿Por qué no sus costas? ¿Por qué la gente camina sin riberas o se congrega en ramblas ausentes? ¿Por qué no ha sabido dar a su geografía la magia que late en sus bares y empedrados?

Aquel pequeño embrión que surgió como un pobre caserío rodeado de pantanos y mosquitos, se ha transformado en una tentacular urbe cuyo núcleo y sus alrededores albergan a más de un tercio de la población del país. Y en ese vertiginoso crecimiento, ha sacrificado lo más hermoso de su fisonomía en los templos de la producción y la ganancia.

El puerto que le permitió liderar la vanguardia histórica del país fue el condicionante principal de los trazos que hoy bosquejan su semblante. El exagerado protagonismo de la industria y el comercio ha dictaminado utilizar el río como una enorme cloaca donde se vierten, sin contemplaciones, todos los desperdicios del consumo desmedido.

Es una de nuestras infinitas contradicciones: el Río de la Plata es un obsequio cuya belleza se encuentra inalcanzable-mente cerca.

Leviatán

Cuando quisimos acercarnos a uno de los focos que más dolorosamente lastiman al río, nos encontramos con el monstruoso Polo Petroquímico de Dock Sud, frente al extremo sudeste de la Capital Federal; en la mortífera encrucijada donde el Riachuelo empetrolado vuelca toda la espesura de su sangre en las aguas del Río de la Plata y dibuja, a causa de sus dársenas, una cruz que revela -si no aquí, dónde- la trágica letanía del sacrificio, donde la vida pierde sus mejores cualidades.

A medida que nos acercamos, comenzamos a percibir el vaho de las emanaciones tóxicas y el vertido de residuos. Avanzamos por caminos destrozados, entre bamboleantes camiones que transportan combustibles, gas comprimido y sustancias nauseabundas. Bordeamos enormes edificios en ruinas que se proyectan como sombras de especies extinguidas. Más adentro, las fábricas se yerguen como gigantes enfermos que tosen padecimientos indecibles.

El Polo Petroquímico alberga a más de cuarenta empresas, instaladas desordenadamente. Es el mayor conglomerado fabril de la provincia y el principal contaminante de la zona Sur del conurbano y la Ciudad de Buenos Aires. Es un leviatán cuyas arrumbadas baterías de almacenamiento y tanques de gas se asemejan a ventrudas barrigas. Sus chimeneas se elevan como voraces extremidades y los transformadores parecen tiesos caparazones que protegen sus venenosos latidos.

No es el río el único damnificado de los ciegos manotazos del gigante. Las principales víctimas son el aire y el suelo, la salud y el bienestar de la gente.

A tan sólo 15 minutos de la Casa Rosada, el país se desdibuja. Aquí se levanta una zona liberada a las empresas contaminantes: el Estado brilla por su ausencia.

Villa Inflamable

Es casi fantástico ingresar a Villa Inflamable, el barrio colindante al complejo industrial y la zona más afectada por la contaminación causada por sus residuos. Se trata de una localidad fantasma, invisible, habitada por gente humilde a la que nadie ve o escucha. El barrio creció considerablemente durante los 90, como consecuencia de la desocupación y las migraciones desde el interior del país y los países limítrofes.

Los vecinos, además de padecer enfermedades epidérmicas, oculares, pulmonares, nerviosas, etc., por soportar la presencia de metales tóxicos, dioxinas cancerígenas y lixiviados de los rellenos de basura; viven en condiciones precarias, en muchos casos extremas. Algunas casillas se levantaron sobre ciénagas contaminadas.

Las frágiles e inseguras conexiones de agua potable vienen de lejos y cruzan los canales contaminados por los lixiviados del relleno del Ceamse, situado junto al Acceso Sudeste. La villa está construida sobre terrenos ganados al río, y cada año el suelo cede otro poco ante la marcha de los pesados camiones. Las casas se hunden y el agua envenenada todo lo inunda. Los barrios no tienen conexión de luz, gas, agua potable ni cloacas. Después de las lluvias, las calles se transforman en barriales intransitables...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº58 - mayo 2007

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Autor

Martín Flores y Ana Sofía Quintana