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Nota de tapa

El Eternauta. De regreso al presente, siempre

La aventura criolla más genial de la historia tuvo su lugar en los suburbios de Buenos Aires, a sus protagonistas entre la gente común y a su idea del héroe colectivo como ejemplo sin tiempo.

Atrás, la noche húmeda dibujándose en los cristales de la casa, los sonidos nocturnos de costumbre, el cálido refugio de la casa en el barrio de Vicente López, los amigos, el truco. Buenos Aires aguardaba en silencio la invasión más siniestra de toda su historia y ellos, amigos de muchos años, permanecían ajenos a lo que se estaba por desatar, preocupados por echar la falta enseguida, por empardar la segunda. Después llegaría la nevada, esos copos mortales metiéndose en las casas de millones, matando. Así eligió Héctor Germán Oesterheld comenzar un simple relato de aventuras, desde una casa de clase media, desde una buhardilla con amigos, desde el barrio.

Así eligió Francisco Solano López ilustrar esa aventura que perduraría en el tiempo y en el espacio, eternamente.

Los primeros compases de El Eternauta, la historieta que habría de transformarse en una de las obra más importantes de la literatura de ficción argentina, son de un cuidado casi artesanal y de un magistral suspenso. Después llegaría el vendaval de acontecimientos: la nevada mortal, la necesidad de sobrevivir encerrados en la casa, la búsqueda de provisiones, la amenaza de otros que se salvaron de la tragedia, el descubrimiento de la invasión extraterrestre..., cientos de personajes y secuencias que no sólo conforman una sensacional aventura, sino que terminan por articularse como el premonitorio texto de una masacre que llegaría años después, con el mismo escenario, pero en la vida real.

La historieta protagonizada por Juan Salvo fue escrita entre 1957 y 1959, tiempos en que la televisión no tenía el carácter masivo de hoy en día, y la historieta era el género más popular, fundamentalmente entre los jóvenes que buscaban pasar el rato consumiendo aventuras, ya sea a través de los clásicos adaptados al mundo de los cuadritos de Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson y Julio Verne, o las historietas cortas publicadas en revistas como Misterix, Hora Cero y Frontera. A esta altura, los libros habían perdido la primera batalla a manos de la radio, el cine y las historietas, quienes -todos juntos- perderían luego toda posibilidad ante una aplanadora llamada televisión. La aventura era un preciado tesoro, una búsqueda que la obra de Oesterheld supo satisfacer mejor que nadie: "Oesterheld definía la aventura como un sitio de decisión constante. La aventura es la posibilidad de un hombre de ser plenamente un hombre, de sacar de dentro de vos mismo lo mejor y lo peor tuyo. Es una situación límite. Uno de los temas que aparecen reiteradamente dentro de esa idea de situación límite es el concepto de sacrificio, que te lleva, entre otras cosas, al concepto de revolucionario", explica el escritor y guionista Juan Sasturain.

Para Oesterheld, la historieta era algo más que un trabajo y un pasatiempo, era su oportunidad de decir y mostrar y, con el tiempo, también sería su herramienta de militancia. La mujer del creador de El Eternauta, Elsa Oesterheld, señaló que para él "la historieta podía ser un instrumento educativo popular, porque llegaba a todos. No era como el libro, que tiene un acceso limitado y aburre a los chicos. La historieta podía ser un elemento educativo ilimitado".

El Eternauta y una infinidad de historietas fenomenales fue su brillante legado, el regalo para miles que se metieron de a poco en una aventura apasionante.

El mensaje que dejaba traslucir El Eternauta desde su prólogo era evidente. Buenos Aires era el escenario, la historia transcurre en lugares donde se puede pasear todos los días, y sus protagonistas eran hombres y mujeres comunes, no superhéroes o seres sobre humanos. A partir de estas características inéditas, el relato de Oesterheld plantea como principal el concepto del valor del grupo humano -como el mismo señala en el comienzo de la historia-, el héroe colectivo, defectuoso y dubitativo, antes que el héroe solo y omnipotente, poderoso e invencible, tan tradicional en las historias importadas desde el gran país del norte. Así, esta raíz permite que El Eternauta carezca de un héroe central y refuerce la intención del autor, a tal punto que personajes periféricos toman un mayor protagonismo cuando entran a ese colectivo, como Franco, Pablo, Mosca y tantos otros.

Por otro lado, como era tradicional en los guiones de Oesterheld, en sus historias la frontera entre los buenos y los malos es más delgada que lo habitual; por eso los humanos sobrevivientes se atacan entre sí hasta que detectan un enemigo único, por eso el mal está personalizado en la nada de los Ellos, que imponen su dominio a través de someter a otras razas de pueblos derrotados, como los brillantes manos (aquellos que sólo podían ser libres antes de morir), los gurbos y los cascarudos. Otros elementos comunes en Oesterheld son la contención de los amigos como fuente de reservas para los protagonistas y el desafío de poner a un hombre común ante una circunstancia extraordinaria, en este caso una invasión extraterrestre.

La imaginación de Oesterheld y la pluma de Solano López, cuyos dibujos realistas y muy atentos a los gestos de sus personajes permiten humanizar la aventura, dejaron en la memoria de todos secuencias increíbles: la paranoia en la casa, las batallas en la General Paz y en la cancha de River, la ciudad arrasada por la nevada mortal, la muerte del mano bajo las estrellas, con aquel inolvidable canto: "Mimnio...athesa... eioioio...", cuando la glándula del terror se activaba. Tantos que no alcanzan estas líneas. Después, llegarían las secuelas de El Eternauta, que no alcanzarían el nivel de la primera y estarían muy lejos de representar aquello que la primera aventura significó para los lectores.

"El héroe mayor de la aventura argentina es un sobreviviente; el narrador que ha escrito las mayores aventuras de ese héroe y de tantos otros, es un desaparecido. Cruzándolos: uno desaparece en la Historia -lo matan- pero también desaparece, se disuelve antes en sus sueños; se hace materia de su propia escritura y retrocede como escritor para nacer como actor y personaje.

El otro sobrevive para volver a pelear, para ganar en los papeles pero, sobre todo, para dejar un testimonio ambiguo, desgarrado: Juan Salvo cuenta la historia de una derrota que trae de la memoria del porvenir y, con ella, la culpa del sobreviviente. Juan Salvo y Germán, El Eternauta y Oesterheld son los nombres de una ecuación que permanece abierta, inconclusa. La resolución se ha de jugar en los tableros de la Historia, de la Ficción, y en la intersección de ambos, donde se continúan en una única trama", explica Juan Sasturain sobre los paralelos obvios que el tiempo montó sobre el autor y su personaje.

Oesterheld fue un nombre más en la larga lista de desaparecidos que dejó la última dictadura militar, pero su paso no fue en vano y su recuerdo hoy es casi un símbolo para cualquier interesado en el mundo de la historieta o de la ficción nacional. El Eternauta es, un poco, la síntesis de toda una época, aquella donde ese héroe colectivo protagonista que dibujaba en su imaginación el guionista era algo más que un anhelo, era nada menos que el proyecto político de miles de jóvenes.

Hoy en día, la construcción de esa herramienta colectiva continúa siendo una asignatura pendiente, pero aportes como el de El Eternauta facilitan bastante las cosas.

Hoy, como hace cuatro décadas, Buenos Aires también está en silencio, hace frío y sólo se escuchan los ruidos de la noche. Pero la nevada asesina ya pasó, dejó su huella, y ahora es tiempo de identificar a ese enemigo común y sumarse a las filas que siguen encabezando Juan Salvo, Franco, Favalli y miles más. Y empezar, empezar con todo respondiendo, en este caso, con firmeza aquel último interrogante con el que se cierra la historia en su cuadrito final: Sí, será posible...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°3)

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Autor

Diego Lanese, Hugo Montero, Ignacio Portela