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Nota de tapa

Los últimos anarquistas

El presente del movimiento anarquista parece signado por las preguntas, pero una sola alcanza a definir la totalidad de un proceso complejo y con años de historia: ¿se extingue el fuego ácrata? Divisiones, derrotas y errores potenciaron una crisis que hoy pone en peligro la supervivencia de un camino, el elegido por cientos de hombres y mujeres apasionados, rebeldes y libres hasta el fin.

1. Ayer

"El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta el agua para tomar un mate.

Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.

Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:

-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.

(...) Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

-Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

-¡Viva la anarquía!

-¡Fuego!"...

El relato que precede estas líneas pertenece a la crónica de Roberto Arlt sobre el fusilamiento de Severino Di Giovanni, en febrero de 1931, durante la dictadura de José Félix Uriburu. Pero la crónica de Arlt dice más. Pese al tiempo transcurrido, esta crónica interroga, indaga, exige, dibuja los contornos violentos de una pasión, aviva el fuego de una idea que empujó a muchos que, como Severino, se asumieron parte, carne, fuego, hasta el final. Hasta el grito final, vibrante, frente al pelotón. Y el grito feroz de Severino resuena hasta hoy, y tiemblan, como ayer, los hipócritas, los opresores, los burgueses. Ese grito es sangre, es fuego, es revolución, y a ese grito le temen los que disparan. Por eso lo hacen.

Pero los años no pasan en vano, y el derrotero de aquella idea no parece ajustarse tanto a la crónica. Hoy la anarquía no aparece de frente, erguida, derrotada pero orgullosa, ante el pelotón de la Historia. Hoy la anarquía no grita, vibrante, feroz. Susurra, apenas, una historia que parece empujarla al abismo. Hoy la anarquía se apaga, y su fuego consumido es el fuego de miles de hombres y mujeres apasionados, decididos, libertarios. Hoy la anarquía es su propia sombra, desgajada por la soledad de algunos viejos ácratas que caminan pesadamente, que arrastran cansados su herejía, como si aguardaran, todavía, la chispa inminente que les permita azuzar el fuego. Y cambiarlo todo.

Pero hubo un tiempo en que el fuego crecía, y parecía capaz de devorarse todo. Uno podría establecer rápidamente un punto de inflexión en la historia del anarquismo: la guerra civil española. Allí la derrota fue lapidaria. Pero eso sería adelantarse a la crónica.

Hubo un tiempo, sí, en que los barcos traían fuego en sus entrañas. Traían a estos puertos, sin saberlo, una revolución hacinada en viejos cargueros. Y eran cientos. Y huían. Y estaban dispuestos a todo. Eran anarquistas, pero también poetas rebeldes, creadores inquietos, militantes incansables, ejemplos morales, eran los monstruos temidos por el sistema, que ya estaba listo para combatirlos desde, casi, su primer pisada en el puerto de Buenos Aires. En las obras y en las fábricas ya se empezaban a escuchar nombres extraños en voces extrañas de oradores apasionados: Bakunin, Proudhon, Kropotkin, Malatesta. Y "La Idea" recorría las fábricas, y los barrios pobres, y, también, las comisarías. Cada militante anarquista era un productor constante, cada uno de ellos tomaba la iniciativa, imprimía periódicos, editaba libros, pedía la palabra en asambleas, planeaba atentados. No esperaban órdenes, no las toleraban, se sentían parte de un movimiento pero eran libres. No mandaban, pero no se dejaban mandar. Cada uno de ellos era el anarquismo, a su manera, con sus métodos, con sus contradicciones, con sus feroces discusiones internas, con sus errores y sus aciertos. Y florecieron así sindicatos, bibliotecas, libros, ateneos, imprentas, huelgas, bombas. Y eran miles, y marchaban, y gritaban. Pero ellos los vieron, vieron el fuego consumiendo las calles de Buenos Aires. Y temieron. Y salieron a perseguirlos, y los transformaron en mártires y en verdugos, y cada uno pagó y cobró las deudas de la muerte en las calles, con fiereza, sin titubeos. Fueron el terror de la burguesía. Ellos eran el fuego, la sangre, el miedo, y en la Argentina de principios de siglo el fuego se apagaba a balazos. Civiles y militares no dudaron. Fusilar anarquistas se transformó en gestión de gobierno, y cuando no los baleaban, terminaban sus días en el fin del mundo, en el penal de Ushuaia.

Los obreros se acercaban al anarquismo, se arrimaban para ver a esos oradores encendidos, que se enfrentaban sin temores a sus patrones, que juraban venganza, y prometían un mundo sin opresores ni oprimidos ya, ahora, a la vuelta de la esquina. Los escuchaban porque los conocían, sabían de sus vidas pobres, de su honestidad, de su sacrificio. Los anarquistas prometían un mundo nuevo que aplastara al de entonces, pero no esperaban el estallido para empezar a construir los cimientos. Ellos eran el mundo nuevo, cada uno de ellos era ejemplo para los demás, testimonio viviente de la historia de "la idea". Y cuando sus voces vibrantes no alcanzaban, entonces escribían. Y lo hacían del mismo modo, y juntaban moneditas para publicar sus proclamas y bautizaban a sus diarios con nombres que hablaban del fuego inminente: se llamaban "La Antorcha", "El Rebelde", "La Protesta", "El látigo del obrero", "Agitadores", "La voz del esclavo", y tantos otros. Y escribían como Severino: "Tendremos firme, tendremos rígido el timón de nuestro argonáutico navío, dirigiremos nuestras velas, intrépidos y vigorosos, hacia el vellocino de oro de nuestras reivindicaciones con todo el valor y energía de nuestra juventud". Y no olvidaban a sus mártires presos, como Simón Radowitsky: "Amigo generoso, Simón, amigo del alma, vives sin esperanza, en la noche lóbrega de tu martirio circundado por fieras que te acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos, de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte, por eso, ya que tú no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para librarte y no fallará quien encare esa tarea". Y cantaban, con ritmo de milonga, canciones ácratas: "Somos por fin los soldados/ de la preciosa Anarquía/ y luchamos noche y día/ por su pronta aparición;/ somos los que sin descanso/ entre las masas obreras/ propagamos por doquiera/ la Social Revolución."

Atados a la fe pero sin tenazas teóricas que les impidieran flexibilizar sus prácticas, los anarquistas rechazaban con desprecio los vicios burgueses y se empeñaban en construir y destruir al mismo tiempo, con la misma vehemencia. Pero esa misma libertad que les permitía rechazar los dictámenes y las directivas, impuso desde un principio la fragmentación del movimiento hasta alcanzar el método organizativo mínimo posible: el individualismo.

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Debajo de un árbol, sentado, en el fondo de su casa de Dock Sud, nos espera. Amanecer Fiorito es el editor responsable de La Protesta, la única publicación que sobrevive en la actualidad. Y sus sesenta y tantos años son también testimonio de esta historia. Su voz crítica, su espíritu inquieto, su esperanza imperturbable se ganan un lugar en esta charla (dividida en dos partes) que complementa nuestra mirada sobre el anarquismo de hoy...

Las primeras dos décadas del siglo veinte fueron fundamentales para el anarquismo como ideología y da la sensación que a través de los años las ideas se han ido desvaneciendo en lo cotidiano ¿es tan así?

No es fácil contestar las razones. El anarquismo nació junto con el surgimiento del socialismo. Aparece en una época donde las cosas estaban mucho más determinadas. Era como buscar los elementos de rebelión, aunque la gente estuviese en situaciones de mayor precariedad. Antes, era mucho mas fácil plantear los problemas y se fue dando esa necesidad a través del aporte que hicieron los anarquistas y otros pensadores. Era una época en que lo industrial se incrementaba. De cualquier manera ese desarrollo de la industria la vivió gente que venía con elementos reivindicativos del ser humano, mucho mas primitivo y mucho mas esenciales. Todavía no estaban definidas en la discusión las tendencias del socialismo, es decir, si autoritario o antiautoritario. En la Argentina surge a partir de la visita de algunos expulsados de sus lugares de origen, como Malatesta o Pietro Gori, los más trascendentes y con gran capacidad de organización. En esas dos primeras décadas el comunismo era poco conocido acá. Los anarquistas en esa puja de las tendencias antiautoritarias, con los que más conflictos tuvieron fue con los socialistas y con aquellos que no necesariamente eran marxistas. Después se produjo la revolución rusa y, en realidad, ahí comienza el verdadero decaimiento, que culmina en los años treinta, donde fue mermando e introduciéndose esta cosa de la que es imposible escapar, porque era una cosa por verse, una experiencia por realizar y sabemos que la historia del ser humano es una historia de experimentaciones. Mas allá de esa tendencia que hay en la gente de señalarnos como que siempre terminamos en una "autopsia forense", en las condenas a hechos concretos que se dieron. Por ejemplo, con el golpe del 30, cuando nos recriminan '¿porqué no salieron los anarquistas?', y mi viejo en ese tiempo me decía: '¿Con qué íbamos a salir a defendernos contra el totalitarismo? Si apenas teníamos unos revólveres.

¿En esa época las ideas eran más claras que las que son hoy?

Con todo el tiempo transcurrido pienso que las ideas estaban más claras en ese tiempo. Ayudado por una cosa: existía la experiencia de la clase obrera, mas allá de cualquier conocimiento teórico, porque hubo una cosa concreta, práctica. No hay más teoría que la práctica. Esa clase obrera era muy cercana a las posibilidades anarquistas a través de su practicidad, sus sufrimientos, sus padecimientos, sus acercamientos, de sus problemas en común. La gran riqueza estuvo dada en esto y paralelamente se fueron desarrollando ideas anarquistas más completas en relación a la sociedad. Siempre la voluntad del hombre es determinante, pero si me pongo a mirar, en la voluntad del hombre hay límites en su relación, hasta en un desenvolvimiento lógico de la sociedad porque va adquiriendo experiencias, conocimientos y aplicaciones.

¿Y no hubo errores en esa etapa?

Entiendo que puede haber habido errores, disputas, pero no tienen que ver con la inexistencia de hoy del anarquismo. Muy por el contrario, inclusive, si tuviera que dar una idea, digo que hoy el anarquismo es todo aquello que todavía tiene plena vigencia. Porque en realidad el posterior protagonismo del anarquismo fue menor y deficiente en relación a las necesidades del crecimiento y el desenvolvimiento que hubiese tenido que tener como idea. Es un producto determinado por las circunstancias históricas y hasta tiene lógica que las cosas que hayan sucedido así.

¿Cómo analiza el capítulo de los anarquistas expropiadores en la historia del movimiento?

Quise emularlos, pero no pude. Yo conocí gente de la más "jugada", en el sentido del valor, tal vez mucho más clara que otra más notoria, como Di Giovanni. Puedo decir que el anarquismo expropiador no tiene trascendencia más que como cosa solitaria, la tiene solamente por la valoración del individuo en aras de jugarse. En aquella época el núcleo más rescatable fue el de Roscigna junto a Emilio Uriondo, Malvicini y Vazquez Paredes. En cambio Di Giovanni no era un expropiador en toda la palabra, era un antiestatista que era apreciado por muchas cosas, pero que no tenía voz. En algunas reuniones hasta le habían dicho "callate la boca, tano" y el tipo pasaba a un segundo plano. Estos grupos de expropiadores fueron minoritarios y atacados por el qué dirán. Tenía mucho que ver la formación de opinión, entonces los anarquistas, por mala comprensión de la población, tenían que mostrar las cosas de determinadas maneras.

¿Usted como anarquista reivindica estas acciones?

Yo no concibo que alguien me diga que es más honesto ir a trabajar que ir a afanar un banco, no cabe en mí. El hecho de la expropiación tiene sus riesgos, porque los expropiadores no vienen de un repollo, igual que uno, tiene diferencias, pero también tiene vicios que tienen que ver con el medio y en realidad a veces se terminó en la crítica confundiendo causas y efectos. La expropiación como beligerancia en el medio fue muy poco trascendente como para hacer una historia de confrontación con el movimiento anarquista ligado a la clase trabajadora. Y esto lo digo por mi viejo, que estuvo muchos años en cana, que fue un hombre de acción, que inclusive figura en los archivos policiales como parte de estos grupos, y nunca había estado de acuerdo con la expropiación. Mi viejo se llamaba Vittorio Fiorito, era barraquero, trabajaba en el puerto. Hasta que un día le prohibieron la entrada junto al "Pepe" Damonte, -quien fue secretario general de la FORA-, que fue uno de los tipos más influyentes en el movimiento, de una honestidad sin igual, respetado hasta por los más turros, recuerdo que terminó sus días en ranchito de La Salada. El que les prohibió la entrada fue Elpidio Gonzalez, quien había sido comisario y luego fue vicepresidente de Torcuato de Alvear. Y las discusiones conmigo respecto a la expropiación eran insuficientes. Lo que si sucedió es que con el poder del medio en cierto tramo de la historia sirvió para denostar contra el anarquismo y esto es cierto. De todas formas pienso que fue determinante como concepto y más allá de la resultante que se dio en aquel momento debo afirmar que yo soy un partidario de la expropiación. Y no necesito argumentación ni conceptos anarquistas para sostener esto que digo.

2. Hoy

Afuera llueve. Una de esas tormentas que lo agarran a uno siempre en la calle, sin reparos a la vista. Adentro del viejo edificio, la humedad gana su batalla silenciosa sobre las descoloridas paredes. Las puertas hacen ruido, y la luz es mínima, apenas puede uno avanzar en la semipenumbra adivinando el paso siguiente. Al entrar a la sala, en el piso, hay periódicos tirados para que los visitantes no embarren el piso de baldosas. Algunos están rotos, otros guardan ya pedazos de barro seco, señal inequívoca que no somos los primeros en refugiarnos de la tormenta en el local. En el fondo de la sala, un viejo se acerca lentamente. Nada raro, salvo ese detalle de los diarios en el piso. No son diarios cualquiera, son diarios anarquistas, viejos, en el suelo, ubicados estratégicamente para que nadie embarre las baldosas del local, también anarquista. Uno puede, sin mucho esfuerzo, leer algunos títulos, hasta se distinguen algunas tipografías inconfundibles, pese a la luz baja y a las manchas de barro. Uno podría, si quisiera, hasta levantar alguno de esos diarios del piso y leer un poco, un par de líneas no más, y reconocería la prosa. Los nombres aludidos, los homenajes que se acercan, las fechas, las ilustraciones. Los diarios están en el piso del local, algunos rotos, y los techos parecen a punto de venirse abajo. Afuera, llueve.

La imagen, real, pertenece a la visita de un cronista a un importante local anarquista, repleto de historia, un archivo de hombres y hechos que conmovieron al mundo. Pero la imagen dice, también, demasiadas cosas sobre el presente del anarquismo. Es metáfora, si se quiere, de un sueño que parece, lenta pero inexorablemente, apagarse.

Sería cómodo, pero también injusto, minimizar los hechos y pretender decretar la muerte de las ideas. Así reflexionan, al menos, los más lúcidos pensadores de estos tiempos, como si la derrota significara la muerte de las ideas. O, para ser más claros, como si la victoria significara la eliminación de todas las ideologías contrapuestas a los vencedores. Durante demasiado tiempo han insistido esos lúcidos pensadores con el discurso de los vencedores (que son, en definitiva, los que pagan sus salarios). Nada más absurdo que limitar un fenómeno ideológico repleto de variantes como el anarquismo a la mirada cuadriculada y perezosa que se impuso en estos últimos años.

Nadie puede hablar de muerte, en este caso. Pero, tal vez, habría que preguntarse si no estamos en presencia de un movimiento que va camino a apagarse. Y elegimos ese término, "apagarse", para denotar un extenso proceso, que no ha comenzado ahora y que no va a encontrar su final nunca, seguramente. Por eso decimos que la luz (¿o el fuego?) del anarquismo va camino a apagarse. Lo que sobrevive hoy, después de años de matanzas, divisiones, derrotas, crisis y persecuciones, es una presencia simbólica que parece divorciada, en buena parte, de la vida política cotidiana. Hoy el anarquismo no interviene políticamente en nuestra realidad. No lo hace y no sólo eso, hay algo más grave aún, otro fenómeno que argumenta nuestras afirmaciones: hoy el anarquismo no produce. No producción en el sentido mercantilista, claro, hablamos de producción política. No hace falta comparar con la usina política ácrata de principios del siglo pasado, pero cada vez cuesta más conseguir periódicos de salida regular de organizaciones anarquistas, cada vez es más extraño escuchar voces lúcidas del movimiento en la prensa, en reuniones, en asambleas; cada vez es más difícil leer trabajos sobre la historia del anarquismo que no detengan sus crónicas a finales de los años cuarenta. Pero el tema de la prensa es más puntual y menos arbitrario, si se quiere: la prensa es la llave por la cual uno atraviesa cualquier movimiento, así ha sido siempre en la historia de la izquierda. Hoy esas puertas no están. Queda el recuerdo, y una nostalgia que contamina todo. Imposible despegarse de esa nostalgia, que afecta y confunde, que tergiversa y que parece tapar el presente con el gris de una esperanza frustrada. Sería canalla también, limitar este fenómeno exclusivamente al anarquismo. La izquierda en general, en Argentina, hoy se desdibuja en medio de una crisis que parece capaz de arrasar siglos de historia. Más allá de aquellos sectores que apuestan todas sus enclenques fuerzas en lo electoral y disputan algún pequeño resquicio en el parlamento (más interesados ya en la supervivencia de su aparato financiero que capaces de generar alguna respuesta concreta), de aquellos otros que siguen cultivando fragmentos y cosechando siglas interminables, de algunos más que terminan a la cola de fenómenos populistas (y hasta incluso motorizados por enemigos de clase) o de explosiones de corta duración donde se mimetizan y se desvanecen; la izquierda argentina no sólo ha perdido fuerza. También convicción...

La nota completa en Sudestada N° 43.

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Los grandes rebeldes de la Argentina moderna

por Juan Suriano (*)

Los anarquistas tuvieron un paso relativamente fugaz por el sendero de la historia argentina. Sin embargo, dejaron una huella indeleble en la memoria colectiva pues fueron los grandes rebeldes de la sociedad argentina que se conformó desde fines del siglo XIX. Con sus ideas de libertad, su fe en el cambio social y su absoluta entrega a la causa de los oprimidos contribuyeron de manera notable a poner en locución los problemas inherentes a los desposeídos.

Nació, se desarrolló y comenzó su indeclinable decadencia durante el período en el que predominaron las actividades agroexportadoras, esto es entre 1880 y 1930. Las razones de su notable arraigo entre los trabajadores durante la primera década del siglo XX, se debieron a su capacidad para contenerlos y organizarlos frente a las adversidades del sistema. En un momento en donde miles de individuos llegaban a estas tierras desde ultramar con la ilusión de "hacer la América", muchos descubrían que esta no era la tierra de promisión que esperaban encontrar. Librados a sus propias fuerzas, los trabajadores pronto tomaron conciencia de la inestabilidad laboral, las malas condiciones de trabajo, el maltrato patronal, la ausencia de instituciones que los protegieran de los abusos. Y si bien es cierto que la aventura migratoria es una empresa esencialmente individual, era muy difícil llevarla a cabo sin la asociación en organizaciones autodefensivas y solidarias, fueran estas sociedades étnicas, mutuales o gremiales.

Y el anarquismo estaba allí, dispuesto a cubrir esa zona casi vacía y articular las redes de sociabilidad indispensables para desarrollar la vida social de los trabajadores. Crearon periódicos y revistas, organizaron sociedades de resistencia (sindicatos) y centros culturales, pusieron en funcionamiento escuelas y bibliotecas con el fin de nuclearlos y darles voz. Pero el esfuerzo de los anarquistas de ninguna manera pretendía limitarse a las reivindicaciones básicas de los trabajadores. Esto era sólo el primer paso pues pretendían convertir a los obreros en individuos rebeldes, inconformistas que apuntaran a cambiar la sociedad capitalista de manera drástica y construir una utópica sociedad alternativa en la que reinarían la libertad y la felicidad.

Y es en este punto donde aparece una de las peculiaridades del anarquismo que lo separará del resto del campo de la izquierda: cuestionaba absolutamente el criterio de autoridad, y esa impugnación lo llevaba al desconocimiento del estado, de las instituciones de gobierno y de la representación electoral que, sostenía, creaba un órgano autoritario como el estado que representaba a los poseedores y coartaba las libertades individuales al obligar a los individuos a elegir representantes mediante el sufragio.

El anarquismo pretendía una sociedad sin gobierno, sin ataduras autoritarias de ningún tipo en la que reinara el libre albedrío de los individuos, se contemplara las necesidades de todos y no existieran fronteras nacionales. Para concretar esta utopía la sociedad actual debía destruirse desde los cimientos. De esta manera era lógico repudiar la táctica socialista de intentar nacionalizar a los trabajadores y hacerlos participar en el sistema electoral para reformar el sistema desde adentro. Los anarquistas boicoteaban las elecciones. Pero también se alejaban del marxismo, al que consideraban autoritario y defensor del estado.

Los anarquistas lograron el respaldo de los trabajadores para lograr sus reivindicaciones más inmediatas pero no consiguieron que estos adhirieran a sus ideas de cambio social. En realidad la Argentina agroexportadora generó una sociedad que, al margen de sus múltiples injusticias, permitió una notable movilidad social y los trabajadores parecían preferir construir su propia casa y ascender socialmente aunque fuera a un costo elevado. A medida que esta tendencia se fue acentuando, que la reforma electoral incorporó a una porción trabajadores al sistema político, que el estado se fue involucrando con políticas sociales y, a la vez, se fueron ajustando las herramientas represivas contra el anarquismo éste comenzó a decaer y su lugar fue ocupado por otras tendencias.

Del anarquismo quedó latente a través de los tiempos su espíritu de rebeldía, su lucha contra el autoritarismo y su defensa incondicional de la libertad del individuo, tres cualidades que mantienen vivas su presencia a través del tiempo.

(*) Es profesor de Historia Social General en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA); director y editor de la revista de historia Entrepasados y autor de los libros: "La huelga de inquilinos de 1907 en Buenos Aires" (CEAL, 1984) y "Anarquismo. Cultura y política libertaria en Buenos Aires" (El Manantial, 2004).

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De expropiadores, valientes y libertarios

por Osvaldo Bayer (*)

Por herencia de mi padre me considero un socialista libertario. La influencia anarquista se fue dando porque leí mucho cuando escribí el libro de Di Giovanni, entonces me encausé más todavía, principalmente Bakunin me llamó mucho la atención, y Kropotkin también. Y después, por supuesto, el contacto con los anarquistas en mi investigación.

Para el común de la gente los anarquistas expropiadores eran vistos como guerrilleros, como en la década del '60. Además, la policía los ponía como enemigo público número uno. De hecho, los anarquistas no estaban muy de acuerdo con los expropiadores, por cuanto ellos querían llevar la idea adelante y cuando venía la represión, venía para todos: para los intelectuales, para los pacifistas, para todos. Entonces, por ello se profundizó la división en el anarquismo y vino la decadencia, que terminará en realidad en los años '20. En el '30 todavía se mantiene algo, pero ya va desapareciendo la gran fuerza del anarquismo, que se manifiesta en las dos primeras décadas del siglo XX. Entonces uno admira la decisión, la valentía de todos estos grupos; además muchos de sus atentados le resultaron muy simpáticos al pueblo. Por ejemplo, cuando volaron la estatua de Washington como venganza por la muerte de Sacco y Vanzetti. Todas esas cosas fueron realmente gozadas por cierta parte del público trabajador. Pero, claro, aumentaba la represión en forma increíble y fue así como se destruyó el movimiento anarquista. Después quedó ya un movimiento limitado a las bibliotecas, un grupo de intelectuales y la FORA, pero el peronismo termina por matar el anarquismo.

Siempre estaba esta cosa de creerse ellos los que tiene la razón. Hay ciertas cosas que uno podría comprender. Por ejemplo, es indudable que los socialistas manejaban mucho la política, se mezclaban mucho con el radicalismo, pactaban. Y eso los anarquistas lo veían muy mal, lo veían como un enorme oportunismo. Y afirmaban que así se derrotaba totalmente al movimiento obrero y que jamás se llegaría a la revolución. Igual que los gremialistas sin partido, que empezaron a ser cada vez más y después fueron mayoría. Aparte, los anarquistas hacían las huelgas pero no reconocían a ningún funcionario, entonces iban los socialistas y firmaban el convenio. Cuando había sido todo el esfuerzo de los anarquistas. Es decir, fueron muy fieles a sus principios, y tal vez para buscar la unidad y hacer la revolución con que ellos soñaban tendrían que haber participado más en el movimiento conjunto. Después ya con los comunistas eran enemigos absolutos, porque claro, aquello de la dictadura del proletariado. Ellos no podían soportar la dictadura, o el mando de Lenin o de Trotski. Además, un gran porcentaje de los anarquistas se transformaron en anarcobolcheviques, porque la revolución rusa fue saludada en todas partes del mundo. Fue una revolución muy bella la rusa, y repercutió en todo el mundo, eso le quitó mucho a los anarquistas. Después, claro, ya vendrá Stalin, las purgas, y los hechos les darán parte de la razón a los anarquistas.

Los expropiadores eran hombres muy jugados. Hay cosas muy heroicas, y yo creo que las rescaté, estoy contento de haber rescatado todas esas historias, y de haber conocido a los del grupo de Severino. Los que no fueron muertos, que estaban escondidos. Recuerdo que hacía reuniones en casa, venían 16 o 18 anarquistas del grupo de Di Giovanni y se veían, se pegaban abrazos, lloraban. ¡Carajo!, habían intervenido en 58 asaltos, era tan lindo aquello. Y ahora han muerto todos. Se fueron muriendo uno a uno, ya estaban todos encima de los 70 años. Y estaban muy agradecidos porque el que los volvió a unir era yo, que tenía una casa en Martínez con un fondo grande, y hacíamos asados debajo de los árboles. Ellos se sentían muy bien. Recordaban todos los asaltos de Severino, que son maravillosos. Está el de Obras Sanitarias, que va con Roscigna en dos autos. Resulta que en los bosques de Palermo estaba haciendo ejercicios la policía montada, y cuando escuchan los tiros del asalto vienen corriendo. El auto de Roscigna sale rajando porque se venía la policía, y el segundo auto, donde estaba Severino, no puede salir porque le matan al chofer de un balazo. Entonces Severino, que no sabía manejar, le dice al de atrás: "Viejo, ponete vos y manejá". Y no sabía manejar, y le dicen al otro y tampoco sabía. ¿Cómo se van a ir a un asalto y ninguno sabía manejar? Y se venía la caballería, y Miguel Roscigna, que era un crack, cuando vio que el otro auto no aparecía, se volvió. Había que tener huevos para hacer eso. Entonces se bajan rápido los tres y se suben a esos zócalos que tenían antes los coches y huyen. ¡Pero cómo van a llevar un solo chofer para el asalto! Eran tipos increíbles.

(#) Es escritor, historiador y periodista. Autor de «Los anarquistas expropiadores» y «Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia», entre otros.

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Autor

Hugo Montero

Autor

Walter Marini