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Senegaleses en Argentina

Echando raíces

Escapan de la guerra, del hambre, de un contexto hostil o simplemente vienen en busca de una oportunidad. Venden mercadería en las calles de Once, Flores y Constitución, pero también aprenden a convivir con el racismo que explota en cada esquina y a bancar el desprecio policial. Es que detrás de tantos jóvenes senegaleses en Argentina, emergen cientos de historias mínimas que vale la pena escuchar. Viajeros sin tiempo y con valijas llenas, arrastran consigo sus heridas, sus cicatrices y persiguen el rastro de una esperanza en estas tierras.

Nunca hay que contradecir a las mamás, incluso cuando no tienen razón", comenta Alba Tchiam mientras prepara un sándwich en Plaza Miserere. La nostalgia se muestra a través de sus gestos. Su mirada se pierde en el horizonte, y el recuerdo se hace vívido. Al venir a Argentina hace dieciocho años, y después de recorrer Europa y Brasil, dejó atrás a su madre junto con siete hermanos y hermanas. Su trabajo acá –preparar y vender comida– le permite enviar dinero a Senegal y así ayudar a su familia. El día empieza temprano y termina tarde: "Me despierto a las 5:30 para salir y vuelvo a casa a las 21 para seguir cocinando lo del día siguiente", explica Alba. En el barrio de Once, todos los senegaleses sonríen al escuchar su nombre, no solo porque sus sándwiches de guiso son los mejores del país, sino porque, desde que llegó a Argentina, siempre se preocupó por ayudar a sus compañeros.

En algunos puntos, su relato parece lineal: vendió bijouterie, lo metieron preso; vendió ropa, lo metieron preso; fue obrero en la construcción, y también lo metieron preso. Aún así, nunca dejó de trabajar: "Puede ser que estemos molestando, pero molestamos trabajando. Si yo vengo al país, me tengo que adaptar a las normas. Pero acá nos están persiguiendo por ser negros", dijo hace pocas semanas en una asamblea que realizaron los trabajadores senegaleses para decir basta a la violencia policial. De África, Alba trajo consigo el espíritu de lucha de Thomas Sankara –también conocido como El Che Guevara Africano–. Aunque él no lo reconoce así por una mezcla de humildad y pudor, es un líder sindical en formación. También, al igual que el 99 por ciento de los senegaleses, trajo el amor por el fútbol. Y es que en su juventud, Alba supo defender el arco del Red Star Saint-Ouen, un equipo de la tercera división de Francia.

–Acá la gente me pregunta si yo vivía en África con los leones. Es absurdo, porque en mi vida no vi ni un elefante, salvo en el zoológico –explica Alba, que se fue de su país en una primera aventura europea con doce años.

Para el porteño modelo, África es sinónimo de gente muriendo de hambre en las calles o siendo devorados por cocodrilos y otros animales salvajes. Se trata de una visión que busca homogeneizar al continente más heterogéneo del mundo y a una multiplicidad de historias que lo único que tienen en común es el arrasamiento colonial y las cicatrices producto de la ambición europea. Si bien el fracaso de la conquista marcó un antes y un después, no deja de ser solo un episodio en la inmensidad y la complejidad del continente.

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Plaza Miserere es, por excelencia, uno de los puntos en los que confluyen las clases populares. En principio aparenta ser un espacio colmado de entropía; sin embargo, alcanza con permanecer algunas horas para notar que Once tiene una musicalidad propia, reglas, y jerarquías preestablecidas. Para los inmigrantes senegaleses, la jornada laboral comienza a las 5 de la mañana. Muchos de ellos viven en pensiones -cuando buscan alquilar un departamento, es usual que los rechacen por "desconfianza". Y es que el color de piel, en una ciudad que pretende estar diseñada para blancos "descendientes de europeos", no pasa desapercibido. Según los datos del último censo realizado en 2010, la población proveniente de la costa occidental de África rondaba entre dos mil y diez mil personas. Es probable que en estos últimos nueve años, la cantidad de migrantes se haya triplicado e, incluso, quintuplicado.

En el medio del caos propio del corazón urbano del barrio, hay un acontecimiento en particular que marca el pulso de la rutina: durante todo el día, un grupo de policías, en conjunto con el Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad, recorren las calles como si se tratara de una razzia. Para los miembros de las Comisarías 3 y 8, seguir órdenes es motivo suficiente para amenazar, detener, discriminar y maltratar a los trabajadores de la economía popular. Pero, sobre todo, tienen una predilección por los senegaleses. Es importante señalar que el accionar represivo corre por una doble vía: la del Ministerio en complicidad con las fuerzas policiales.

Quien dice que en Argentina no existe el racismo, nunca puso un pie en la calle. La comunidad senegalesa sólo aparece en los diarios cuando se trata de venta "ilegal", drogas u otros absurdos. El estigma es grande. Los medios de comunicación hegemónicos jamás los muestran como personas honestas que laburan de forma incansable a pesar de la precarización, la policía, el Ministerio y la segregación constante...



(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)


Comentarios

Autor

Federico Muiña

Autor

Julieta Bugacoff