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El ojo blindado

Abrazo eterno

Probó con Dios y con todas las demás drogas, también yéndose un tiempo a lo de unos parientes que vivían en una zona semi-rural, que no lo querían por su pasado aunque decidieron darle una chance y una cama. Intentando terminar la primaria, intentando trabajar, pero nada podía desmentir su vacío y siempre terminaba volviendo al barrio. Ocho años en la cárcel son una mochila más que pesada para la espalda de la voluntad, aunque no lo quería ese era el motivo principal de su congoja.

Probó con Dios y con todas las demás drogas, también yéndose un tiempo a lo de unos parientes que vivían en una zona semi-rural, que no lo querían por su pasado aunque decidieron darle una chance y una cama. Intentando terminar la primaria, intentando trabajar, pero nada podía desmentir su vacío y siempre terminaba volviendo al barrio. Ocho años en la cárcel son una mochila más que pesada para la espalda de la voluntad, aunque no lo quería ese era el motivo principal de su congoja. Eso que se aparecía en el pecho se debía al espesor de los años perdidos en esa tumba. Su falta de entusiasmo partía desde la memoria del encierro. Esa extensa temporada en el infierno trajo como consecuencia que su mujer rápidamente lo abandone llevándose con ella a las tres hijas que tenían en común. En toda su condena no tuvo visitas. Cuando salió las pudo ver, pero sus hijas lo trataron con frialdad, sentían desprecio y vergüenza por ese padre ex-convicto. Oscar hacía pocos días que había cumplido treinta y cinco años. Tuvo la mala suerte de nacer un 24 de diciembre, y se sabe que en esas fechas todas las angustias se exageran, se escapan del fondo del alma y se apoderan de forma venenosa de la superficie, haciendo florecer todos los demonios, los recuerdos, las añoranzas de los seres queridos ya no existentes, los remordimientos, los desamores. Para él, esta última noche buena había sido fulminante. Sentado en soledad sobre las escaleras de los monoblocks, bajo una feroz borrachera mezclada con pastillas, empezó a cortarse las venas de los antebrazos con los vidrios de la botella que rompió después de beber hasta la última gota. Salpicado con su propia sangre nunca perdió el conocimiento y se resistió a que lo llevaran al hospital. Le hicieron un montón de puntos y su estado de ánimo no sufrió ni recaídas ni exaltaciones, se mantuvo en los mismos niveles de nostalgia y desesperanza. Era consciente de que se encontraba encallado en un abismo existencial y parecía luchar más por no salir que por apostar a algún renacimiento. Como bajo los efectos de una hipnosis caminaba a veces cientos de cuadras, salía por la mañana y volvía al barrio ya entrada la noche, a veces con algo valioso que encontraba en la basura. Llevaba coleccionado un montón de juguetes encontrados, a los cuales había lavado y prometido llevarlos hasta sus hijas cuando las volviera a ver...



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Autor

César González (*)