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Amoy y dictadura

Mensajes en las paredes del tiempo

Un mensaje de amor a su compañera grabado en las paredes de la ESMA. El refugio de dos militantes en pleno monte chaqueño. Las cartas que dos presos intercambiaron a través de las rejas y un vínculo que germinó sin haberse visto nunca los rostros. Historias más allá de la dictadura sangrienta, esa que no logró erradicar el tejido sensible que unificó a quienes compartieron sueños de revolución. Cuatro décadas después, un amor que los trasciende y los reivindica en el reclamo por Memoria, Verdad y Justicia, otra vez presente. Tan presente como la huella vital de l@s treinta mil compañer@s desaparecid@s.

Si uno no conociera la cantidad de historias que encontraron su horroroso final en ese edificio de apariencia solemne y con marcas de espanto, de tortura y de muerte; la entrada a la ESMA podría parecerse a la visita a cualquier otro edificio histórico. Carteles indicadores, pasillos lúgubres, un edificio de 5300 metros cuadrados a orillas de la avenida del Libertador, cualquier observador distraído podría asegurar que se trata de un viejo hospital en tiempos de posguerra o una casona antigua con una galería construida de improviso, fría en invierno y muy calurosa en verano.
Pero ahí están las huellas de lo que alguna vez fue: el campo de concentración con más pruebas y más represores identificados de todo el país. Actualmente, llegando a su quinto año consecutivo, sigue en curso el tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en la ESMA, con 700 casos revisados. En el área del altillo, conocida en la jerga represora como "Capucha", se alojaba a los detenidos-desaparecidos: habitaciones sin ventanas, con ventiluces que daban a pequeñas celdas donde estaban recluidos, con las cabezas encapuchadas durante meses o años. "Capuchita", en cambio, era una extensión aún más siniestra: allí estaban alojados prisioneros en peores condiciones. Eran torturados en las dos salas diferentes, cada una con unos quince tabiques que mantenían separados a los prisioneros.
¿Se puede reconstruir algo hermoso desde el horror? La historia del mensaje de amor de Hernán Abriatta, encontrado en "Capuchita" apenas semanas atrás, nos dice que sí. Detenido en la ESMA, Hernán Abriatta nunca estuvo solo. Mónica Dittmar, su compañera, fue quien convirtió su probable finitud en la esperanzadora posibilidad de su reencuentro. Hace poco menos de un mes trascendió la noticia de que en "Capuchita" se había encontrado un mensaje de amor, mezclado entre las huellas de los hombres y mujeres que pasaron por allí.
Carlos Loza, integrante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) y querellante en el proceso de investigación de los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA, fue quien identificó a trasluz el mensaje de Hernán en una recorrida con el juez federal e instructor de la Megacausa de la ESMA, Sergio Torres. Habían estado secuestrados juntos.
En el tiempo que compartieron en "Capuchita", Hernán supo darle esperanzas cuando le comentó que tenía inscripto un mensaje que decía "Posible franco", porque le había llegado la información de que quienes portaban ese mensaje sobrevivían. Finalmente, el 6 de enero de 1977 Loza fue liberado y, de regreso al escenario de su detención, fue el responsable del hallazgo: "El mensaje se puede ver si se ilumina con un material químico, de lo contrario es muy difícil apreciarlo. Además de esta inscripción encontramos otras más. Ahora hay que ver cómo logramos que se incorpore esta información a la causa", señaló a Télam. Según las declaraciones de varios testigos, también prisioneros, el mensaje coincide con uno de los lugares donde Hernán había permanecido detenido.
Una declaración de amor descansa en una de las paredes del altillo, justo entre las cruces, los dibujos, los croquis, las iniciales y los nombres que, cristalizados en el tiempo y como estigmas de un pasado reciente, inacabado y todavía vívido, nos dicen que nunca más habrá que olvidar. Para leerla, hay que superar varias capas de pintura rosada descascarada. "H.A. Mónica te amo", se lee en el breve texto encontrado.
Mónica Dittmar –que también fue parte de la recorrida– reconoció sin dudar la letra de su compañero en el hallazgo de Loza. El trazo firme, geométrico y el uso de las mayúsculas eran características de los escritos de Hernán; rasgos presentes en el mensaje grabado con fuerza, con lo que aparentemente sería un clavo u objeto punzante. Escondido en el tiempo, el mensaje de Hernán aguarda a ser confirmado ahora por el juzgado que comanda la causa judicial.



Mónica y Hernán
Cuando se lo llevaron, Hernán tenía 24 años y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Era un cuadro reconocido de Montoneros, estaba casado con Mónica y ambos convivían en un departamento. Se conocían desde chicos: habían sido compañeros de escuela secundaria y sus familias trabajaban juntas en una farmacia, de modo que siempre estuvieron en contacto, al igual que sus hermanas, que eran amigas entre sí.
Después comenzaron juntos la facultad. Los dos cursaban la carrera de Arquitectura –en la que Mónica es hoy profesora– y compartían los sueños de casi toda una generación que imaginaba una sociedad más justa e igualitaria. Su proyecto conjunto de vida y de militancia, giró en torno a esas ideas.
Hoy Hernán tiene el número de caso 115 en la megacausa ESMA. Fue secuestrado hace cuarenta años, el 30 de octubre de 1976, cuando Mario Churrasco Sandoval, jefe de la Superintendencia de Seguridad Federal (hoy protegido en Francia) irrumpió en su domicilio de la calle Elcano al 3000, al mando de un grupo de tareas.
Media hora antes, habían intentado secuestrarlo en la casa de los padres de Mónica: quisieron entrar rompiendo los vidrios de la casa. Posicionaron hombres armados en la terraza y en la vereda. Les apuntaron con un arma en la cabeza a Juliana y a Claudia, hermanas de Hernán y de Mónica, ambas militantes de la UES. Después de un rato largo, se fueron. Durante el operativo, pudieron escuchar que estaban buscando a Hernán.
Según el testimonio de Mónica durante el juicio, ingresaron a su departamento a las dos y media de la madrugada con Tito, el padre de Hernán, esposado y vendado, y lo pusieron en un rincón junto con ella y Hernán. La casa se llenó de varios hombres con boinas, chalecos, municiones y armas largas, los mismos que habían ido a la casa de sus suegros. Cuando lo fueron a secuestrar, Sandoval le indicó a Mónica que tendría noticias sobre Hernán al día siguiente, que el operativo era una cuestión "de rutina". Pero Mónica nunca más lo volvió a ver.
Estuvo detenido primero en una quinta, y en noviembre de 1976 fue trasladado a la ESMA. Lo llevaron al sótano, al altillo, a "capucha" y a "capuchita", lugares en los que eran ubicados los prisioneros de acuerdo a la importancia que les asignaban los represores.
Desde el primer día de encierro, Hernán intentó hacerle llegar sus mensajes a Mónica. Algunas veces logró contactarla por teléfono. Otras, le enviaba cartas a través de un guardia que le había tomado cierta simpatía. Cartas de puño y letra, con la misma caligrafía en la que ahora descansa su nombre: en un mensaje de amor que Hernán decidió dejarle en el lugar más parecido al infierno.



Reconocer la marca
Mónica ya había visto el mensaje semioculto en las paredes. Pero, por algo circunstancial, lo creyó una coincidencia anecdótica y nada más. Contó hace poco al periodista Diego Adur que accedió a la inscripción en junio del 2016, en una visita organizada por la fiscal Mercedes Soiza Reilly....


Ilustración de Luciano Espeche


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)

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Autor

Martina Kaniuka