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En la calle

Tres corazones en Villa Itatí

Un barrio siempre es la historia de su gente. Por esa razón, la historia de Villa Itatí parece marcada por la llegada de un cura tercermundista, José Tedeschi, dispuesto a dar una mano para pelearle al hambre y la injusticia, y por su vínculo con Juanita Ríos, quien con los años se transformaría en la referente vecinal. En esta crónica de trabajo social y lucha política, una periodista de Sudestada regresa Al barrio quilmeño en busca de la huella de José y de Juanita. Y lo que encuentra son los corazones de los dos, ahora en su hija, llamada Itatí, y en la memoria de decenas de vecinos que no se olvidan, que la siguen peleando, y que saben que la memoria es otra herramienta de construcción.

Nos enamoramos apenas nos vimos. Fue fulminante", contó Juanita Ríos a la periodista Marta Diana, pocos meses antes de partir de este mundo. Él era un cura italiano, pertenecía a los sacerdotes tercermundistas que acompañaron a Carlos Mugica, se llamaba José Tedeschi y había elegido vivir en Villa Itatí.


"¿Y por qué pensás que se enamoró de vos?", le preguntó Fabián Polosecki en una entrevista de 1995 para su programa El Visitante. "No sé. Coincidíamos como pensábamos. A lo mejor, estabábamos dispuestos a renunciar a cosas que quizá otros no, venir a vivir a la villa. Me acuerdo de que nos conocimos en una cena que se hizo con la esposa de Salvador Allende, el presidente de Chile".


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Villa Itatí es uno de los barrios más densamente poblados del Gran Buenos Aires. Pero cuando José pisó aquel territorio barroso de casitas precarias, el paisaje era más parecido a un paraje rural, con muchas familias litoraleñas e inmigrantes que improvisaban sus viviendas con chapa cartón y lámparas de querosén para alumbrarse.


Don Amarilla, a sus 76 años, recuerda aquella época de manera fotográfica; cuando llegó tenía 21 años y había migrado de su Paraguay natal para seguir a su novia Lucy, radicada en el país en 1960. "¿Sabes cómo era acá?, yo perdí un zapato nuevito cuando llegué, y lo dejé nomás, me empantané", dice Amarilla. "¡Claro!, porque era todo barro", acota Lucy, que ahora ya tiene 70 y sigue viviendo en la misma casita junto a su marido. "Cartón de pared y chapas de cartón en el techo, todo era cartón, y la cama, un resorte", y se ríen.

Ana (71), también es una de las vecinas más antiguas del barrio y vive al lado de don Amarilla: "Cuando compré con mi marido, esta casita tenía techos de chapa de cartón. Una vez se vino una tormenta de la san puta, cayeron piedras. Era un colador mi techo, decí que no tenía casi nada... la yerbera y el mate los tenía en el piso". Ella es santiagueña, tenía cinco años y diez hermanos cuando su padre falleció. Desde los ocho trabajó limpiando casas de familia.


Para José, aquel lugar se transformó de inmediato en su lugar en el mundo para brindar todo el amor que profesaba la palabra divina.


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José, Giuseppe Tedeschi, nació en la pequeña comuna de Jelsi, al sudeste de Roma, el 3 de marzo de 1934. A los 16 se despidió de su tierra, junto a su madre y sus cuatro hermanos, para reunirse con su padre, que había conseguido una casa y un trabajo en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. La guerra los transformó en migrantes sin pasaje de vuelta.


Ingresó en el seminario de Bernal en 1954, se unió a los curas salesianos y en 1967 fue consagrado sacerdote de la iglesia de María Auxiliadora. Primero lo enviaron a Mar del Plata, y al poco tiempo lo trasladaron a la Iglesia de Don Bosco, en Quilmes. Para ese momento, Pepe ya era parte de los 500 curas que integraron el movimiento tercermundista en Argentina y su vida quedó, desde entonces, ligada a los acontecimientos políticos y sociales que se vivieron tras el retorno de Perón.


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La hija que resultó del amor entre José y Juanita lleva el nombre del barrio, como quería su padre. En la ronda de mate que comparte con sus vecinos, Itatí comenta: "Mi viejo hizo que la gente de la villa se acercara más a la iglesia. En ese momento, sus superiores le dijeron que si él quería recibir a los villeros que se fuera a la villa, que en la iglesia no. Y se vino a vivir a la villa, entre su gente. Siguió siendo cura acá, que es donde conoció a mi mamá".


"Vino a hablar, dijo que quería estar con nosotros", dice Amarilla. "Que él sí iba a ser cura villero", agrega Ana. "Y lo aceptamos", evoca Amarilla. "Llegó y preguntaba quiénes eran los más antiguos del barrio, y así se iba sumando la gente a colaborar. Nosotros estábamos muy necesitados acá". Como José era carpintero, construyó con sus propias manos su casita de madera. Todos recuerdan que era una construcción muy fuerte, con paja en medio de los dos paneles de madera que armó para cada pared.


En aquellos años, Ofelia Rosales Giménez militaba en Montoneros y fue también una de las colaboradoras de Pepe en todas las tareas que comenzaron a impulsar para mejorar la vida de los vecinos. "Pepe fue el fundador del barrio", asegura Ofelia y recuerda cómo había organizado su casillita de madera: "Tenía poquitas cosas, pero todo bien ordenado y limpio, con una biblioteca grande, y adentro de los libros algunos pocos ahorros que guardaba, por cualquier cosa".


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"Enseguida le avisó lo nuestro a la gente en una reunión", le contó Juanita aquella vez a Diana. La comunidad de Itatí se congregaba en plena calle para charlar acerca del trabajo que estaban haciendo para mejorar las condiciones de vida. "José les explicó que estábamos enamorados y preguntó... porque si a ellos les parecía mal, no seguíamos. Pero nadie se opuso. Todo el mundo lo quería mucho porque él se vino al barrio para ser uno más y trabajó para que el lugar mejorara. Se ocupaba de todo y ayudaba a todos". En la misma entrevista recordó: "Un día subimos a un colectivo y el chofer –tirándome un piropo– le dijo: 'A usted le cobro el boleto, pero a su hija no'… José me dijo: 'No salgo más con vos'. Pepe tenía 42 años y yo era mucho más joven". En ese momento Juanita tenía 27, quince años menos...


(La nota completa en la edición gráfica de Revista Sudestada)

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Autor

Luz Magali Benasulin