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Gualeguaychú, después de la protesta ambiental

Lo que la lucha nos dejó

En noviembre de 2007 Gualeguaychú era tema de agenda política por su lucha contra la instalación de la pastera en Fray Bentos, Uruguay, y las asambleas convocaban hasta 100 mil personas. Más de cinco años después, dos cronistas recorren el mismo escenario y conversan con los protagonistas de esa lucha; revisan los motivos de la derrota y los legados hasta el presente.

La ruta 136 decanta geográficamente en el Puente Libertador General San Martín, uno de los tres pasos fronterizos que comunica a la provincia de Entre Ríos con
el Uruguay. Algunos kilómetros antes, a la vera del asfalto, yace el paraje Arroyo Verde. El camino separa a la construcción principal -cuyas paredes braman "he dicho
no a Botnia"- de un colectivo desguazado. En su interior, resisten unos viejos tirantes de cama, latas ennegrecidas con restos de cenizas y botellones de agua cubiertos de
podredumbre. Alrededor, una parrilla torcida y en desuso, un container y dos cubículos de ladrillos que hacen las veces de inodoros contornean el paisaje.

Este lugar ardió al son de la protesta ambiental que puso de pie al pueblo de Gualeguaychú y que, durante 2006 y 2007, se convirtió en un tema de agenda nacional. La alarma
se encendió por la contaminación que produciría la instalación de dos plantas de celulosa programada en la vecina localidad uruguaya de Fray Bentos. El conflicto se propagó velozmente y el 8 de noviembre de 2007, cuando la convocatoria de los asambleístas alcanzaba su apogeo con reuniones de hasta 100 mil personas, la planta de la firma Botnia inició sus actividades.

Martín Aramburu nunca dudó en apoyar el reclamo, a pesar de
no haber participado de las multitudinarias asambleas. Mantiene una visión distante de los acontecimientos, menos vinculada al tiempo transcurrido que a su temple personal. Es de los que llenan de insultos al televisor, parapetado en su privacidad. Es, también, padre de cuatro hijos, y desde que llegó a Gualeguaychú no ha dejado de pintar. "Puede ser que tenga una mirada particular sobre estas cosas, porque no soy oriundo de acá, ni he hecho amigos en este lugar", aclara el hombre que recaló en la ciudad a principios de los noventa, corrido por un incipiente menemismo que ya lo había dejado sin trabajo y
atado de pies y manos. Apenas nos recibió, se despachó con un anecdotario vinculado a su descendencia vasca, y a la experiencia familiar de haber vuelto a la tierra de sus ancestros. Dice odiar la falta de respeto y cordialidad, y extraña a sus viejos amigos de La Plata; y pinta, como yéndose por los lienzos. Sus pinceles son picaportes, y su departamento está lleno de puertas.

En tiempos candentes por la protesta, palpaba esa discordia que tanto lo incomoda. Cuenta que cualquier trance cotidiano se quebraba con el tema de las papeleras, y que ha visto distanciarse a entrañables amigos a raíz de sus discrepancias. Al consultarle por un aprendizaje,
no parece tener una respuesta firme, y eso es algo que no le ocurriría sólo a él. Nelu, su mujer, no se atreve a decir que haya brotado una mayor conciencia ecológica pero,
en su relato, introduce una serie de factores ejemplificadores, como la buena energía de la gente para
ejercer el reciclaje de la basura. Finalmente, y con un poco de esfuerzo, emparenta a estos actos con la enseñanza de aquellos años de protesta y movilización.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 111 - agosto 2012)

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Autor

Facundo Baños y Mariano Cejas