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En la calle

La hora de los fierros

Con y sin sindicatos, los obreros quieren sentirse protagonistas. Las sensaciones de un grupo de laburantes y despedidos bajo la misma consigna: trabajo.

Cuentan algunos memoriosos, hombres grandes y de profundas arrugas, que no hace mucho, por esta zona se podía ver, al amanecer y cuando caía el sol, a muchos obreros caminando por las calles. Se los reconocía fácil, con su bolsito en la mano, esperando el colectivo o leyendo la sexta. Iban y venían en una zona llena de fábricas, y sus sueños se edificaban en casitas bajas de algunos barrios.

Pero el tiempo pasó. Los años y los malos gobiernos cerraron las fábricas, cortaron los sueños, y el paisaje cambió. Los obreros ya no inundan las paradas y estaciones, algunos deambulan de changa en changa, otros buscan en la calles recuperar sus derechos. Y unos pocos, en relación al pasado, siguen haciendo lo que saben: trabajar.

No es fácil ser obrero en estos tiempos de desocupación. Las condiciones de trabajo cambiaron radicalmente, las conquistas de la clase se fueron perdiendo gracias a traiciones conocidas y el futuro se volvió cuesta arriba para ellos. La concepción del obrero como la masa anónima que pone en marcha al país cambió, y su situación quedó por lo menos en un lugar marginal. Es por eso que sea más fácil que un herrero se reconozca en esa clase y no quienes también lo son fuera de una fábrica. Una pequeña recorrida por algunos talleres y fábricas para ver cómo vive hoy un obrero, qué piensa y cuáles son sus sueños, en un país que los dejó sin saber, como dice el tango, "que trole hay que tomar".


Vivir del trabajo

SAMA es una pequeña fábrica de carretas industriales y escaleras de hierro y aluminio. Está ubicada en Camino de Cintura al 1200, en Llavallol. Tiene alrededor de 10 empleados, entre ellos unos 7 que están en el taller. Son todos jóvenes, con un promedio de edad de 25, y trabajan 11 horas los días de semana y 4 los sábados. La mayoría de los obreros no están registrados y no tienen sindicato. En el taller, un galpón apretado donde se respira olor a fierro y soldadura, todos hacen de todo un poco. Arman, cortan, doblan caños, sueldan, pintan, todo lo que haga falta según el día.

Alejandro tiene 28 años, está casado y tiene dos chicos. Hace 12 años entró a la fábrica para cubrir a alguien por unas vacaciones y allí se quedó. Hace 9 años que es el encargado del taller, en el que trabajan muchos a quienes considera amigos. "Yo a los chicos los conozco a todos, no tengo ningún drama, a veces hay roces, pero es en el momento. Después nos terminamos riendo de esas cosas. No me pesa ser encargado o tener que retarlos. Para esto ayudó mucho la iglesia, que nos conozcamos de ahí", confiesa Alejandro entre las máquinas. En SAMA, tanto su dueño como sus empleados pertenecen a la iglesia Nueva Apostólica, lo que les genera, según cuentan, un clima más distendido.

La nota completa en Sudestada N°31 de agosto de 2004

Comentarios

Autor

Ignacio Portela

Autor

Diego Lanese