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Chet Baker, la leyenda blanca

Triste, solitario y final

Fue el trompetista blanco que consiguió hacerse un lugar entre Miles Davis y Charlie Parker. También fue un referente del movimiento beatnik en Estados Unidos. Su vida debajo de los escenarios estuvo marcada por sus altas y bajas con colegas del mundo del jazz y por sus problemas con las drogas y el alcohol. Una voz única, un sonido melancólico, apagado, un jazz gris que rompió con el arquetipo establecido hasta entonces.

La figura encorvada sobre la banqueta, perdida entre las sombras y los silencios de luces y voces. El rostro comprimido en mil arrugas; los dedos casi inmóviles sobre la trompeta y el sonido, el sonido inconfundible, repleto de matices, de Chet Baker. Esa figura cautivante sobre el escenario era apenas una sombra de aquel joven nacido el 23 de diciembre de 1929 en Oklahoma, de perfil bajo y rostro a lo James Dean, que llamó inmediatamente la atención de Charlie Parker por su estilo como trompetista y su delicada voz como cantante.

Pero a lo largo de su vida, Baker nunca tuvo a la música como prioridad; mezclada siempre por las intermitencias de las drogas, las mujeres y las cotidianas visitas a las comisarías. Hace unos años, la ex mujer de Baker publicó algunas cartas donde Chet ensaya algo parecido a un relato de su vida titulado Como si tuviera alas; suerte de memorias que se pierden en una vulgaridad increíble, limitadas a sus problemas y placeres con las jeringas y las venas que se le "desaparecían", su oscuro paso por el ejército y las tantas mujeres que subieron a su auto. Pero poco, muy poco de música, a decir verdad.
En esos apuntes autobiográficos, el propio Chet reconoce su admiración por Parker, aunque no tanto por su calidad como músico, sino por la resistencia que tenía Bird para ingerir drogas de todo tipo "sin que le produjera el menor efecto".

A principios de mayo de 1988, días después de una presentación en la Funkhaus de Hannover, el cuerpo desgastado de Chet Baker se estrellaba contra el asfalto de una vereda holandesa después de caer desde un segundo piso. Nunca se supo la verdad sobre la muerte de Baker. Se habló de suicidio, de una discusión con un dealer por una vieja deuda y de un resbalón queriendo regresar a su habitación en el hotel donde había olvidado su trompeta.
Para entonces, la cara de Baker había trasmutado en un mapa rebosante de arrugas, con la mandíbula pagando el precio de una golpiza propiciada por unos traficantes que le bajaron todos los dientes en 1964. Famoso y reconocido, Baker intentó entonces evitar el laberinto de las drogas y buscar la tranquilidad trabajando en una estación de servicio durante algunos meses hasta que el dueño del lugar se apiadó y le pagó el arreglo de la dentadura. Ese hombre "dueño de una voz pequeña, que suele gustar a las mujeres", como lo (des)calificó el crítico jazzero Leonard Feather.

(La nota completa en Especial # 6 Jazz - Rock de Sudestada - Julio 2012)

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Autor

Hugo Montero