Buscar

Entrevista con Carlos Penelas

Romancero libertario

"La gente no se puede imaginar vivir sin Estado, sin policía, sin iglesia, sin ejército. Le cuesta mucho tener sentido de libertad", apunta el poeta. Carlos Penelas propone, en diálogo con Sudestada, un viaje mítico por las aguas de la literatura, la anarquía y la memoria, y un combate perpetuo contra los burgueses y los amanuenses del poder; es decir: los enemigos de siempre para el poeta.

Carlos Penelas vive en su casa de casi toda la vida, a metros de la avenida Callao, en la ciudad de Buenos Aires. Sobre la calle Viamonte, hay un pasillo largo, "La calle de los suspiros" que nos acerca al mundo del poeta donde conviven la literatura, la plástica y la música. También el pasado que lo nutrió y formó como el autor de una obra que juzga el presente y guarda la esperanza de un futuro libertario. Las paredes están cubiertas de retratos, pinturas, poemas, recuerdos de viajes, fotografías y libros. Basta con detener la mirada en cualquier objeto para saber que la vida de Penelas es mucho más que la rutina de todos los días. El poema está en todos lados y siempre coincide con una pasión: el amor, la utopía, la estética. El optimismo en el hombre libre es el cántaro que va a la fuente de donde bebieron sus antepasados que llegaron desde Espenuca, Galicia, en un buque llamado Arcadia, el nombre de la tierra que imaginaron los poetas como un lugar de inocencia y felicidad. Carlos Penelas un día subió a ese barco que cruzó el Atlántico en 1908 y aún no bajó. Su último libro, Viajero con una soledad, lo tiene en medio del hechizo del mar y la insurrección de la palabra que se alza frente al hambre y la desesperanza.

Porteño, nació en 1946, es el menor de los cinco hijos de Manuel Penelas Pérez y María Manuela Abad Perdiz; jornaleros que dejaron España por un horizonte en este lugar de América. Su padre era un anarquista individualista de carácter fuerte, noble y con una pizca de ingenuidad. Así también eran sus tíos y abuelos. Penelas los recuerda como "seres angelicales" de una "generosidad infatigable", con "razones para envejecer y morir en rebeldía" mientras compartían "el corazón con otros seres". Todos tenían una candidez especial aunque eran capaces de dar la vida por una idea. Como su tío Pedro Fraga, quien creía que los alcohólicos dejarían el vicio después de leer El Quijote; los rescataba de la calle y les leía fragmentos del libro de Cervantes, mientras tomaban un plato de sopa en la cocina de su casa. Y les advertía: "si regresan borrachos, disparo". Y era hombre de una sola palabra.

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 84 - Noviembre 2009

Comentarios

Autor

Marcelo Massarino

Un copado