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Entrevista

Leopoldo Brizuela: "La literatura me sirve para zafar de la locura"

Narrador de melódicas formas, de historias en los márgenes de la Historia, Leopoldo Brizuela busca en el pasado claves para hablar, a la vez, de problemas muy presentes.

Rosario escapa por el desierto interminable, huye de su destino marcado, de sus perseguidores, de su vida anterior y de su suerte, que se acaba. En cada página, su huída a caballo es un viaje musical repleto de tensión y de suspenso por lo que nunca termina de suceder, por lo que siempre está por ocurrir. La densa trama de una historia conocida se asemeja a una melodía plena de relieves, que acompaña al relato y sobresalta al lector a cada paso, en los momentos justos. Si existe en nuestros días una literatura capaz de conmover por la sonoridad de sus formas, esa es la de Leopoldo Brizuela.

Traductor, poeta, pero principalmente narrador, Brizuela reviste su obra de un cuidadoso lenguaje, pero jamás pierde de vista la necesidad de contar, la intransferible virtud de un relato que se impone en sus libros. Ganador del Premio Clarín en 1999 con su novela Inglaterra. Una fábula, estudioso lector de las pequeñas vidas alrededor del genocidio indígena en relatos agrupados bajo el nombre Los que llegamos más lejos, merecedor del elogio de Andrés Rivera ("Es uno de los escritores más notables con los que cuenta este país", escribió); Brizuela es también un protagonista central de la literatura argentina moderna, inmerso en sus dudas y en sus debates. Y de allí el interés de Sudestada por sentarse con él a escuchar y con versar sobre un presente que suele repetir viejas marcas olvidadas.

¿Cómo ordenás tu tiempo entre el periodismo y la literatura?

Es curioso: nadie me considera un periodista, y sin embargo vivo de eso. Escribo para los diarios reseñas y notas periodísticas, aunque creo que no me consideran parte del oficio porque hay una visión muy cuadrada de lo que debe ser un periodista. El otro día me vino a reportear una chica cargada de todas las pavadas que le meten en la universidad, y me decía que no hay un solo profesor que defienda la producción periodística unificada con la literaria, que no pueden ir juntas. Yo escribo con la intención de meter literatura en los diarios, aunque mi ideal es dedicarme más a la literatura. Ahora terminé una novela que transcurre en el año 1942, en Lisboa. Es en una sola noche, en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando no se sabe todavía quién va a ganar. Portugal es neutral como lo era Argentina en ese momento, y hay millones de personas que han pasado por Lisboa para ir a América, y están a la espera de la salida del último barco. Esa noche ponen una bomba en el barco y no se sabe si va a poder zarpar o no, y es ahí donde varios personajes cuentan sus historias. Hay personajes argentinos, que son los de la embajada; artistas de tango que están de paso por Lisboa y otros tantos más. Termina, finalmente, al otro día, cuando se decide si el barco parte o no.

Hasta ahora, en tus relatos, la Patagonia ocupaba un lugar importante como escenario...

El primer recuerdo que tengo de la Patagonia es por una novela de Sarah Gallardo que se llama La rosa en el viento. También por el trabajo de mi viejo, que era marino de YPF y se pasó la vida entera yendo hasta Ushuaia. Todos esos nombres de puertos me sonaban de maravilla. Recuerdo a mi mamá llamando al personal subalterno de YPF, y preguntando si había llegado "Islas Horcadas", que es un barco donde viajaba él y después se hundió, o "Plaza Huincul", y le comunicaban si estaba en San Julián, en Río Gallegos o en otro lado. Se nota que esos nombres quedaron en mi cabeza como una mitología, como algunos sonidos del mar. Para mí, la Patagonia está inundada de esa idea mitológica, porque creo que la profesión del padre siempre es una especie de templo. Yo me subo a los barcos como si fuera a un templo, es como entrar a una iglesia. Mi papá me decía que tenía algo en la sangre porque sentía el ruido del agua a lo lejos, como los marineros. Yo soy muy obsesivo y en casa bajo para cerrar las canillas, si es que hay alguna goteando. Siempre me dijo que ese oído era de marino, esas cosas decía el viejo. Ese fue un principio, otra gran revelación fue la novela Fuegia de Eduardo Belgrano Rawson, que también es como un hermano, por el potencial de las historias que allí relata.

Hay una presencia política en tus relatos, en los diálogos y en las formas en que se evidencian las relaciones de poder...

Menos mal que se dan cuenta. Generalmente me dicen que no, hasta el propio Andrés Rivera dijo una vez que yo no escribía política. Yo creo que sí. Mi mirada sobre las cosas es política. De todas maneras sí estoy en la vereda de Andrés en otro sentido: yo también hablo de política desde otro lugar. Es el hecho de haber encontrado en el genocidio de la Patagonia una forma de hablar del genocidio actual. Pese a haber trabajado con Madres de Plaza de Mayo y con gente de HIJOS, nunca pude hablar de eso, por miles de cosas y porque siento que es mucho más complejo. Cuando encontré la historia de los indios metí muchísimas cosas que tienen que ver con lo que vivo. Ceferino Namuncurá es el hijo de un desaparecido. Más que la metáfora, es el trasfondo lo que me interesa. Es lo mismo que creo le pasó a Rivera en En esta dulce tierra, que es una novela que transcurre en el siglo XIX, y es mucho más potente describiendo la dictadura que cualquier relato realista. Creo en el poder de la metáfora, no sólo en el poder representativo de un enunciado autobiográfico...

La nota completa en Sudestada Nº 38 de mayo de 2005 edición gráfica

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La locura de Onelli

("La locura de Onelli" cuenta la mudanza de parte del Zoológico de La Plata hacia un punto indeterminado de la Patagonia, cuando su director, Salvatore Onelli, se rebela contra el gobierno municipal, durante el golpe de 1930. Es una nouvelle compuesta de unos ciento cincuenta fragmentos casi independientes, de próxima publicación. Brizuela lo escribió durante la crisis del 2001-2002.)

San Miguel del Monte. ¿Para qué paró el tren, aquellos cuatro días, en el espejo de agua de la chacra inundada- que despertó al cocodrilo de su sueño de piedra y lo hizo abrir un ojo y deslizarse por la puerta entreabierta y escurrirse en las aguas? ¿Para qué estuvo Onelli persiguiendo al cocodrilo por corrales, montecitos, bañados, si perder un segundo era peligrosísimo, si no podía confiarse en esos paisanos contratados de apuro, cazadores a medias divertidos, a medias aterrados porque tenían prohibido usar sus escopetas -sólo lazos y el cuerpo y devolverlo al tren? ¿Querría Onelli, avaramente, conservar una presa? ¿Querría sólo salvarlo de la muerte que llegaría muy pronto, cuando bajara el agua, a manos del desierto o de un granjero loco de terror por sus vacas? ¿No buscaría, más bien, mostrarle que la muerte acecha cuando creemos volver al lugar de la infancia, cuando creemos liberarnos en la falsa laguna, cuando dejamos atrás la única vía?

Epitafio para una mariposa fugada del tren de Onelli en Rincón Viejo, Pardo, Partido de las Flores.

Velada, tus alas eran mapa.
¿Qué islas esas manchas
sobre qué mar dorado? Enterrada
tus alas, a la vez, mapa y tesoro.

Cierva. La cierva que nos trajo, tiritando en el carro, la Compañía Inglesa de Tierras del Sur, la que al mirar la jaula que Onelli construyera jaló de la traílla con tanta virulencia que se quebró una pata, y que al entablillarla, en su afán de zafarse, se quebró una segunda, y que al curarle esta otra sacudió la cabeza con tal fuerza que se rompió el pescuezo, convenciendo a Onelli que habría que proceder y la degolló allí, delante de los niños alelados, como si el degollar fuera un signo secreto, el fin de una batalla, esa cierva salvaje ¿qué nos dice del miedo? ¿Fue cobarde o rebelde? ¿Fue suicida o mató, ya que nadie es el mismo? A esa cierva que dieron por fin al león y a los buitres, ¿quién, ahora, no la envidia?

El huemul. Sólo las cabras vieron, por un instante, al Huemul, el Gran Ciervo Sagrado: apareció de pronto, como una llama de oro, entre los arrayanes, y nos miró como buscando a una hija perdida -aquella que trajeron aterrada hasta nosotros y se rompió las piernas y Onelli degolló-. Sólo un instante nos miró, de arriba, y se volvió a aquel bosque donde todo, en otoño, lo remeda: las hojas como en llamas, los árboles con cuernos, y esos lagos que miran. Pero ¿quién lo esperaba, quién lo llamaba, al corazón del bosque?

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Autor

Ignacio Portela

Autor

Hugo Montero