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Entrevista con Leonardo Padura

Un detective suelto en La Habana

Escribe novelas policiales y es una referencia del género a nivel mundial, pero sintetiza mejor que nadie los ánimos cotidianos de la Cuba actual. Talentoso hacedor de historias y uno de los escritores más leídos en su país, Padura critica la "excesiva politización" de la literatura de la Isla y explica por qué la nostalgia y el desencanto siempre surgen en sus ficciones.

Los suburbios de La Habana ocupan, a la vez, el lugar de escenario y protagonista en las ficciones de Leonardo Padura. Allí conviven historias sórdidas, desencantos de barrio, amistades invencibles, amenazas de ciclones y un escéptico policía con ganas de retirarse y asumir un postergado proyecto literario. También se ocultan por allí, en la trama inasible de un presente dibujado con una crudeza única, las preguntas y contradicciones de un país que se debate en la soledad y en la diferencia. En este sentido, no hay otro autor cubano que describa con mayor talento las telarañas del sueño roto, o los suspiros nostálgicos que se hacen oír por las calles de La Habana, antes o después de un crimen que deja una estela de sucias sombras.

Entrevistado por Sudestada, Padura da cuenta de su lugar dentro del género policial (pese a afirmar que escribe "anti-policiales"), de su próximo proyecto de narrar los últimos días de León Trotsky en Coyoacán y de los conflictos y desafíos que elige narrar a través de su personaje-fetiche: el policía Mario Conde, protagonista de la excelente tetralogía compuesta por las novelas Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño.

-¿Con qué expectativas se lanzó al comienzo del viaje con sus ficciones? ¿Con qué viejos conceptos quería romper desde sus libros?

-En 1982, ya graduado de la Universidad (soy filólogo, especia-lizado en literatura hispanoame-ricana), yo había escrito cuatro o cinco cuentos, solo por espíritu de competencia. Si mis compañeros de la universidad escribían y luego los de la revista donde trabajaba también lo hacían, pues yo me impuse escribir y lo hacía muy hemingwayanamente. Pero en ese año, en un viaje a provincias, leí Desayuno en Tiffany's y caí choqueado. Unos meses después, empecé a escribir un relato, que creció de versión en versión y que terminó siendo mi primera novela, Fiebre de caballos, de unas 150 páginas, escrita entre el 83 y el 84, pero publicada en el 88, pues en Cuba se demoraba muchísimo en publicarse los libros. Y lo único que en realidad me proponía era escribir algo en lo que no apareciera, necesariamente, lo mismo que aparecía en la literatura cubana de la época: obreros, milicianos, militantes, héroes. Por eso escribí una novela de amor, como la de Truman Capote, una novela de la que todavía me siento satisfecho, porque con ella hice mi primer aprendizaje serio de lo duro y jodido que es escribir una novela. De todas maneras, en ella ya había algo que se ha mantenido como un propósito hasta hoy: no mezclar la política doméstica y la literatura. Más claro, no hacer de la literatura un instrumento para los políticos, pues yo soy escritor y no político.

-¿Qué características tenía la novela policial en Cuba de los últimos años, antes de que usted publicara Pasado perfecto?

-Pasado perfecto fue escrita entre el 90 y el 91, luego de varios años en que solo hice periodismo, sin tiempo para escribir otras cosas. Por esa época, la novela policial cubana de los 70 y los 80 estaba más muerta que agonizante: luego de la novedad de los primeros años, se vio que el esquema era tan rígido y tan antiliterario que no era posible sacarle más jugo a la misma historia de policías abnegados y revolucionarios y agentes enemigos o delincuentes comunes, todos contrarrevolucionarios y despreciables. Desde los asuntos hasta el lenguaje, todo se contaminó de esa retórica y salvo algunas novelas de Daniel Chavarría o de Luis Rogelio Nogueras, poco había que tuviese una calidad más o menos aceptable. Es decir que cuando yo tengo tiempo, necesidad, urgencia de escribir aquella novela me estaba metiendo en un mundo narrativo que necesitaba un vuelco total, pues ya la vida, la realidad y la literatura lo habían sepultado. Además, había leído para entonces algunas de las "nuevas" novelas policiales españolas, norteamericanas, francesas y mi visión del género había cambiado radicalmente: yo quería hacer literatura, solo eso.

-¿Qué papel cumple el enigma en sus novelas y cuál otro el contexto social?

-Lo primero es que cuando yo empiezo a escribir alguna de mis novelas "falsamente" policíacas ni siquiera sé quién es el asesino que debo escoger: lo que me interesa es escribir una novela en la que haya una visión del contexto, y utilizo la estructura del policial para acercarme a una forma narrativa y a una realidad. En verdad, mis enigmas son muy endebles, no tienen mayor peso en los libros, y no me interesa que lo tengan. Da igual para mí quién fue: me interesa por qué ocurrió algo y de qué manera ese hecho, esos personajes reflejan un contexto tan típico y singular como el cubano. Mis novelas, por tanto, son más sociales que policiales.

-¿Qué significan para usted Dashiell Hammett y Manuel Vázquez Montalbán? ¿Son los autores que siente más cercanos?

-El más cercano a mí es Raymond Chandler, en todos los sentidos: por su literatura y por su reflexión sobre la literatura. Es, posiblemente, el autor que más haya releído y siempre lo hago con enorme placer y con mucha envidia. Hammett, por su lado, me demuestra que todo es violable en la literatura, salvo la intención de hacerla lo mejor posible. Sus estructuras, sus personajes, sus soluciones son sencillamente iconoclastas y con él descubrí que la literatura policial puede y debe ser Literatura. Con Vázquez Montalbán, me pasa algo parecido a lo que me ocurre con Hammett, pero con el añadido de que su visión social me resulta más cercana; sus experimentos lingüísticos, más familiares; su visión del mundo, más contemporánea; su uso del lenguaje, más atrevido. Pero definitivamente esa es, para mí, la Divina Trinidad, y por eso digo que mi Mario Conde es nieto de Philip Marlowe e hijo de Pepe Carvalho: sin esos antecedentes, yo no existiría, al menos como existo.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº69)

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Autor

Hugo Montero