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Folklore

Cantoras del Viento

El noroeste argentino esconde bajo sus cerros viejas y jóvenes copleras, que mediante sus cantos, manifiestan sus pesares y sus alegrías. Un recorrido por la actualidad del género, un conjunto de testimonios con raíces profundas.

Vengo trayendo esta copla, nacida en valles y en cerros./ Mientras más dure en mi pecho, ahí será mi sosiego", entonó con su cálida voz de soprano Melania Pérez. Sus compañeros se miraron entre sí. ¿Qué es eso que cantaste? ¿Lo aprendiste en Salta?, preguntaron, emocionados. Melania no supo qué decir: volvieron a su memoria las coplas que escuchaba de pequeña, y recordó las advertencias de las comadres. "Fíjese, m'hijita... No cante eso, que la van a confundir con una kolla". Rápidamente se disculpó: "No, miren, yo jugaba, nomás" No, no, está buena. ¿Es una baguala? Es muy bonita...¿No te parece? Si te animás la podríamos ensayar... Y a Melania le temblaron las piernas, e intentó ponerse firme, como si se aburriera del juego. "¿Pero ustedes están machados?, se excusó. "¿Cómo voy a cantar coplas arriba de un escenario?

Corrían los años ‘60 y Melania había arribado a Buenos Aires para integrarse a "Las voces blancas", mirada con cautela por los folkloristas. Recién se despegaba de la adolescencia y añoraba los bailes que organizaba su abuelo en Salta bajo las enormes carpas, donde las orquestas tocaban pasodobles, tangos, fox-trot... pero algo no le cerraba: "¿qué pasa? ¿No hay nadie que se sepa unas coplas? Si allá afuera las canta todo el mundo", aseguraba. Afuera de las fincas españolas, al finalizar la jornada, los criollos esparcían las tonadas con el viento, sin muchas palabras. ¡Tum... tum! hacía la caja chayera en su cabeza, y Melania ardía, alzaba la vista a los cerros y contaba los días... ¿Cuánto falta para el carnaval? ¿Qué pasa que no llega la fiesta?
Lejos del noroeste argentino, donde las coplas emergen de las entrañas de los cerros, del murmullo del viento, como el habla misma, al bajar a Buenos Aires se oyen como una exhalación exótica, antigua, dormida en el tiempo. Varias décadas después de que artistas como "Las voces blancas", Rolando Valladares o el Cuchi Leguizamón las tomaran prestadas para sus composiciones intrincadas, apenas resuena un golpe de caja se lo adorna de pesares, de frases hechas, de pasado. "En todos lados se cantan coplas, en toda América -afirma Melania-. A los pseudo-folkloristas, los cantores que están en lo netamente comercial, cuando escuchan una copla les da mucho miedo".

Bajaste del norte

"A mí no me gusta el folklore: yo escucho a Leda Valladares", reconoció el Indio Solari en una entrevista, y los abonados a Cosquín lo miraron de reojo, con sorna. Admirada por rockeros y artistas por fuera de la música autóctona, la filósofa y cantante Leda Valladares había descubierto a los 21 años, de casualidad, el canto con caja en Tucumán: "Estaba en mi provincia y nadie me lo había dicho", confiesa. Se propuso aprender de él, desentrañar su poesía, desmarcada de los puristas que inundaban los festivales. En busca de esa herencia colectiva, con un pequeño grabador recorrió gran parte del norte y registró la desnudez del canto originario, su desazón, su misterio. Bajo el nombre de "Mapa musical argentino" sacó varios discos y volcó sus experiencias en libros de tono poético. La música anónima, indígena y campesina, emergía de su entorno, de su contexto natural, y debía permanecer.
Muchos intérpretes populares, al escuchar a Leda, asumieron el canto con caja como proyecto artístico y decidieron rescatar ese paisaje existencial, interno, trasladando arriba del escenario sus dolencias e impurezas. "Leda siempre decía que el blues estaba relacionado con la baguala, por ser ambos un canto muy visceral", asegura Laura Peralta, quien a los 17 años fue invitada al teatro General San Martín a escucharla: quedó shockeada. Volvió corriendo a su casa, la llamó por teléfono y le pidió tomar clases con ella. "Me pareció maravilloso poder largar la voz de esa manera y cantar tan libremente", recuerda, mientras enseña su caja que baila dentro de su funda negra.

Sonajeros, tambores, silbatos, acompañan a las comparsas, donde todo está permitido y la copla aflora a borbotones. Cada enero, en los Valles, el tiempo se detiene. Se avecina el Carnaval, y las comunidades bajan raudas desde los cerros. Las copleras, baluartes de la memoria, esparcen el saber que les regala su entorno. La caja dirige su golpe a tierra y acompaña a la voz, que se eleva. Con el tiempo y la experiencia, Peralta aprendió esa contradicción, esa dificultad: "Uno puede cantar una copla y tomarse todo tu tiempo; tal vez ni siquiera le ponés caja, o un golpe de vez en cuando", afirma.
Por medio de Valladares, Laura Peralta formó la comparsa "Lirolay", con la que recorrió escuelas y aprendió los primeros secretos del género, hasta que Salta descubrió que en los Valles Calchaquíes residían sus ciclos, su latir interno. "Me fui para ver si era verdad: canté con la gente y descubrí otros modos, en qué momentos se hacía. Lo más difícil fue meterme en su tiempo. Al estar con Leda uno canta como ella y no puede salir de esa forma. Yo tampoco podía salir. En Salta pude vivenciar lo que estoy cantando: hay muchas coplas con términos o expresiones de la zona, que vos las cantás acá, y no sabés qué quieren decir, qué sentido tienen allá. Es clave la palabra dentro de la copla. Cuando estoy allá, cantando distintas formas melódicas muy importantes para la gente, la copla toma otro color".

La nota completa en Sudestada n°39.

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Autor

Patricio Féminis