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Entrevista

Guillermo Saccomano: "Me interesa más ir a colegios que a un debate entre intelectuales"

Guillermo Saccomanno pensaba escribir un libro de ficción sobre los años '70: luego de 400 páginas no logró que el proyecto lo convenciera. Sin aviso, en forma abrupta nació Gómez, la voz posible, el profesor de literatura que protagoniza La lengua del malón y El amor argentino, sus últimas novelas, situadas alrededor de los bombardeos de 1955. Con "La partera de la historia", su proyecto inicial en el freezer, Saccomanno sondea motivaciones, esterilidades y campos de batalla en la literatura argentina actual.

"Van a describir lo que se supone que conocen todos: una vaca", reía todos los años en La Plata el profesor Martín Malharro, durante la primera clase del taller de redacción periodística. Orgullosos, reiterativos como moscas, los alumnos leían en voz alta evocaciones a la pampa, semblanzas al asado y al ganado pastoril, historias de tiempo muerto bajo el ojo de buey del cielo. Malharro escuchaba, apenas gesticulaba al llevarse el cigarrillo a la boca. Con el ceño fruncido, recordaba que José López Rega había captado la consigna mejor que nadie. De joven, en una pensión miserable, el asesino soñaba vacas y se relamía, estudiaba de memoria los astros y adivinaba el futuro. "Hay que ver las marcas de la historia", había advertido luego del '55 el filósofo David Viñas: en su relectura de El matadero de Esteban Echeverría intuía venganzas, festines cómplices, el brillo de la carne fresca descargada en camiones-jaula.
Al igual que Viñas, Guillermo Saccomanno no consigue distanciarse de los años '70 a la hora de escribir. De las 400 páginas que llevaba escritas sobre esos años sin estar del todo conforme, surgió La lengua del malón, novela que transcurre en el '55 y se retrotrae a la Conquista del Desierto, releyendo el paradigma civilización/barbarie como una vacuna sin prender, que vuelve asépticos los personajes y los aleja de las orillas de la historia. En los bombardeos a Plaza de Mayo se anuncia el embudo de violencia que confluyó en el '76, cree Saccomanno, opuesto a aquellas interpretaciones "progresistas" que sacralizan la cotidianeidad argentina hasta la irrupción de las guerrillas.

Con la lupa sobre el entorno de Victoria Ocampo en la Revista Sur, de la pluma de Saccomanno nació el profesor Gómez, cómplice de lesbianas ardientes, proto-peronista y homosexual. En El amor argentino, su última novela, Gómez sobrelleva su amor imposible por un obrero de la carne investigando el romance oculto entre Roberto Arlt y Eva Perón, los días previos a la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, en 1959. Como un ave de carroña, aparece en escena el Astrólogo, acólito de las ciencias ocultas, edecán de las frustraciones de la clase media.
Descalzo, vestido de negro, Saccomanno ofrece vino blanco, desmenuza tabaco y enciende su pipa. En su computadora portátil hay dos libros terminados: una novela corta y un libro de cuentos situado en Mataderos, "donde están los corrales, los frigoríficos y la base de estas dos novelas de los '50, pero contada en términos autorreferenciales. A la novela sobre los '70 todavía no me le animo: estoy juntando material, cada tanto agrego 3 ó 4 páginas. Necesito una distancia crítica. El haber dado con Gómez fue un gran alivio, y tengo la voz", proclama.

En una entrevista reciente dijiste que Gómez, el protagonista de La lengua del malón y El amor argentino, se inscribe como la figura del otro, en la literatura y frente a los hechos que se cuentan.
¿Persiste esta idea en tu nueva novela?

Va a persistir, porque es difícil que yo cambie de acá a la próxima. A mí me importa construir una buena historia y crear un personaje: si me resulta creíble, verosímil, puede funcionar. Esto responde a una concepción política de la literatura: en La lengua del malón me resultaba sumamente atractivo este profesor Gómez -que surge de otra novela que anda por ahí- que tiene todas las contradicciones, muchas de ellas las de cualquier intelectual tipo, no necesariamente orgánico de un partido: son contradicciones y tensiones que están en la literatura argentina. Uno dice: "bueno, Borges, qué gran escritor" y tiene que conciliar posiciones políticas -al menos a mí me pasa, que vengo de una generación que vivió la represión más sangrienta de la historia argentina-. Poder tener simpatías hacia un escritor que respaldó las dictaduras de Videla y de Pinochet es una tensión: una tensión le pasa también a Gómez, porque él se reconoce como simpatizante del peronismo -yo no soy peronista, simplemente me sacan los gorilas-, le gusta la literatura inglesa, quiere traducir a Stevenson. Tiene la convicción de que hay algunos valores en el séquito de Victoria Ocampo, pero se le vuelve incompatible en la medida que la afición política de Sur tiene que ver con el gorilismo, la oligarquía, la reacción.

En lo que planteás sobre Gómez, el peronismo sigue siendo el otro, porque él tiene que insertarse en ese universo que le es ajeno.

Yo no siento que el peronismo para mí sea el otro: es el otro en términos políticos para la oligarquía y la reacción, en la medida en que para el poder pueden ser los piqueteros, el gremialismo combativo. Para mí el peronismo no es el otro. En todo caso yo soy otro, formo parte del otro.

Revisando las matrices fundantes de la literatura argentina, civilización-barbarie, etc: La lengua del malón volvería sobre La Cautiva; El amor argentino sobre El Matadero. ¿Qué sucede en la tercera?
No tengo respuestas. Uno aspira a formular preguntas. Yo vengo hablando de esta novela del '70 -creo que me voy a callar la boca-, porque la empecé hace unos años: tengo unas 400 páginas, de donde salieron La lengua del malón y El amor argentino -la reformulación de Roberto y Eva, una vieja novela- y de golpe me doy cuenta que no es sencillo para mí escribir sobre los '70. Mucha de la literatura que refleja los '70 y muy bien, tiene que ver con testimonio y no con la ficción. Ahora bien: el testimonio es un género literario, entonces me voy a enfrentar con un problema. No es sencillo recrear un campo de concentración: hubo intentos, novelas notables sobre el período: una es de José Pablo Feinmann, La astucia de la razón, La crítica de las armas, está la de Liliana Heker... Es decir, los '70 son ineludibles para nosotros como generación, pero no es sencillo escribir sobre ellos en términos colectivos: eso que uno tiene tan claro con los textos de otro no lo tiene tan claro con los textos de uno.

Debe haber una búsqueda que dispare nuevas preguntas acerca de esas constantes políticas en la literatura.
La contradicción civilización-barbarie persiste en la historia argentina y también en la literatura argentina: hay una literatura más culta y una menos culta: por ejemplo, los medios masivos de comunicación forman una literatura. Con la autoridad que me da el fracaso, el haber escrito muchísimos guiones de historietas, digo que la historieta es un gran género narrativo. La contradicción civilización-barbarie está: el último bárbaro -que todavía sigue ninguneado- fue Osvaldo Soriano. ¿Por qué se lo aceptó a Manuel Puig -me pregunto yo- y se lo desconoció a Soriano? Son las dos caras de una misma moneda, que tiene que ver con las literaturas populares: Manuel Puig hace una operación con el folletín, el cine; Soriano agarra la novela negra y trabaja la parodia tanto como Puig, aunque en otro sentido. Esos son los dos bárbaros, pero Puig fue más tolerado por la academia, porque en determinado momento su literatura se prestaba a ciertas ingeniosidades de la crítica... Incluso Puig refleja la violencia tanto como Soriano, pero al Gordo no se le perdonó la popularidad. Esto también funciona cuando un escritor tiene la popularidad de Soriano, la que tuvo Roberto Arlt con sus Aguafuertes. Arlt tuvo mucha más popularidad como periodista que como dramaturgo o novelista. A Soriano le pasaba eso, si bien sus novelas se vendían mucho: su popularidad venía por sus reflejos para captar lo cotidiano, la política, las costumbres, los sentimientos. En el velorio del Gordo estaban Héctor Olivera, Luis Guzmán, Charly García, un jugador de fútbol y un tipo que venía de la hinchada de San Lorenzo con la camiseta de su hijo.

Faltaba un boxeador...

Me acuerdo de ese velorio: a mí me han hablado de la muerte de músicos importantes, de la ópera, donde todo el pueblo de Italia salía. La muerte de Soriano tuvo eso: el reconocimiento popular y el silencio de la crítica, y me parece fenómeno que esto ocurra. Cuando la literatura entra a preocuparse por el qué dirán, perdés suma libertad, estás escribiendo en función de la mirada de los otros. Se entra en una zona muy peligrosa, de complot: la literatura popular te da mayor libertad y entrás menos en eso. Tu laburo funciona, y tu relación con el dinero también está planteada mucho más abiertamente. No nos engañemos: un libro se inserta en un mercado, tiene un costo, un precio: sería ideal que los escritores pudieran vivir de sus libros, pero cuando empezás a tener lectores te da una satisfacción mayor que la que te proporciona la crítica. Lo que pasa es que la crítica empuja, me refiero a cierto cotilleo con la academia, al que no hay que prestarle demasiada atención.
Es interesante, porque Soriano quedó inscripto entre generaciones.

Soriano tiene que ver con los '70 -no sé cómo- y con los '90. Una sombra ya pronto serás es su novela más negra y siniestra, donde está contando lo que va a quedar de este país después del menemismo. Soriano es un clásico, pero -esto es lo que se confunden algunos- ¿qué es un clásico?: un tipo que cuenta su momento, su lugar, y lo trasciende. Creo que con Soriano pasó eso, y es lo que puso locos a muchos. Por otro lado, en el Gordo había una concepción del trabajo donde no ninguneaba la cuestión del dinero: se decía que Soriano ganaba mucha guita como escritor, lo cual es relativo: si promediás lo que le podían ofrecer por un libro en ese momento y lo dividís por los meses que le toca al escritor conseguir esa obra, decís qué golazo, pero si lo dividís por 3 años más o menos, no te da demasiada guita. El Gordo era un artista y un trabajador. ¿A qué íbamos?

Nos fuimos con Soriano por los mitos. Vos decías que él en cierto sentido representa la barbarie. Entre comillas: el último bárbaro. Yo tengo dudas cuando la academia -o determinada crítica- incorpora pseudo-bárbaros que es como que le quedan elegantes.

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada 43.

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Autor

Patricio Féminis