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¿El amor es un algoritmo?

Goce, amor libre, efímero, deseante. La revolución de los vínculos en tiempos de cuestionamiento y búsqueda de nuevas afectividades se traza en una cartografía escurridiza de likes, matches y un sistema de reglas de aprobación o desacuerdo que nos pone en jaque. Tinder, Grindr, Happn, Ok Cupid, Bumble, Badoo. Los días previos a San Valentín las interacciones en las aplicaciones de citas aumentan en promedio un 20 por ciento. Argentina es el segundo país de la región en el que se concretan más encuentros. ¿Qué hay de nuevo (o de viejo) en las formas que tenemos de relacionarnos ante el apogeo de estas plataformas, las redes sociales y las narrativas feministas?

El amor en su encrucijada

Una de las grandes victorias del movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis fue (y es) haber alumbrado las relaciones de poder y las violencias que atraviesan los vínculos sexo-afectivos de forma tal que no hay retorno. Más allá de la velocidad o fluidez con la que ocurran los cambios, el amor pasó a ser otro lugar incómodo que interpela prácticas cotidianas, formas de querer y de nombrarnos –compañere, pareja, chongue, novie–. Mencionarlo en singular es de por sí problemático cuando no se lo puede reducir a un significado unívoco y acabado. Analizarlo desde la racionalidad del lenguaje, incapaz de ilustrar las formas en las que nos potencia o nos vuelve vulnerables, también.

Y, sin embargo, sentimos la necesidad de repensar el amor. Desvestirlo, darlo vuelta, volver a mirarlo. En las reuniones con amigxs, pareja o familia; en las redes sociales, en las apps de citas o en la intimidad de nuestros cuartos. Señalar su dimensión política, usar el plural, hablar de distintas maneras de amar, doler, vivir el placer o involucrarse con les otres. Hacerlas dialogar con mandatos de los que cuesta desprenderse y una invitación colectiva, de época, a explorar(nos) para descubrir qué hay de genuino o de impuesto en nuestras elecciones cotidianas a la hora de vivir la sexualidad.

Esta búsqueda se complejiza en el mapa de las redes sociales y dating app con sus efectos performativos: la reproducción de estereotipos de belleza hegemónica, y otras prácticas no tan novedosas como el disfrute en el juego de mirar y ser mirado, el miedo al rechazo o la soledad, el peso de las expectativas y los desencuentros, la construcción de máscaras identitarias –muestras parciales de quiénes somos– cuando nos presentamos ante lxs demás.

Alrededor de 200 millones de personas usan estas apps cada mes en el mundo, según datos de The Economist. "A nivel latinoamericano, Argentina es el segundo país de la región que más encuentros concreta y que más éxito tiene en la formación de nuevas parejas: más del 70 por ciento de los encuentros vuelve a repetirse y un 40 por ciento de ese porcentaje se transforma en un vínculo duradero", reveló un comunicado de Blind Love, la primera plataforma en donde las imágenes de les usuaries se muestran a medida que avanza la conversación.

"¿Las nuevas tecnologías proponen nuevos modos vinculares y deseos o son un método para seguir en la búsqueda de aquello que los mandatos sociales indican que debemos encontrar: un partener?", reflexionan las profesionales Dafna Alfie y Josefina Bianchini, integrantes de la Red de Psicólogxs Feministas. Enseguida responden que un posible abordaje de este interrogante requiere un trabajo exhaustivo que considere el entrecruzamiento de distintas variables: "El acceso a las redes sociales está atravesado por la clase, el género, el factor generacional, entre otros. Por ejemplo, las nuevas generaciones ingresan al universo social, afectivo y sexual con herramientas tecnológicas que resultan constituyentes de su identidad"...



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Autor

Solana Camaño