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Nota de Tapa

Zamba se la aguanta

Cambió para siempre el modo en que los más chicos se acercan a la Historia: original y creativo, logró establecer un puente afectivo entre los pibes y las pibas con nuestro pasado. Se hizo masivo, invadió las aulas pero, también, quedó varado en mitad de una disputa política feroz. ¿Puede un dibujo animado transformarse en el peor enemigo de una gestión? La respuesta es el macrismo y su cruzada inédita contra Zamba, buscando el modo de borrarlo del mapa. Pero Zamba resiste. Ese lazo entrañable ya está tensado y hasta podemos hablar de una Generación Zamba. Opinan el historiador Gabriel Di Meglio, un docente y, claro, los chicos y las chicas.

"Mónica por fin se decide: después de tanta insistencia, acepta ir a la juguetería y comprarle a sus nenes unas espadas de plástico. Las únicas que hay son unas de la saga Piratas, de Disney. La nena abre el envoltorio y levanta la espada al cielo: "¡Soy Juana Azurduy!", grita. Su hermanito imita el gesto, pero su arenga es algo diferente: "¡A la carga, mis valientes!".



Itatí está en la cocina mientras su nene mira la tele. Entonces, escucha el grito: "Vení, mamá… ¡Mirá! ¡Zamba es negrito como yo!".



Juli y Bruno se pelean, como casi siempre. El tema de jugar juntos entre hermanos es siempre un foco de conflicto. Y ante el agotamiento de todos los insultos conocidos, Juli le dice a su hermanito de tres años el peor de todos los que ha incorporado mirando cierta serie televisiva: "¡Callate vos, realista!".



Se llama José, pero le dicen Zamba. Nació en Clorinda –Formosa–, es morocho, tiene un diente roto, le encanta comer chipá y se aburre a cada rato. Se parece un montón a cualquier pibe que corre apurado rumbo al colegio, con su pijama debajo del guardapolvo y con la mochila al hombro. Es travieso, inquieto y caradura, pregunta todo, quiere ser astronauta pero viaja en el tiempo para romper el tedio que le propone su maestra Silvia. Siempre se mete en alguna aventura a partir de una premisa: desobedecer el mandato escolar y quebrar alguna norma. Pero Zamba es algo más que un dibujo animado: configura un fenómeno inédito en nuestro pasado reciente. Es el personaje entrañable que supo acercar a millones de pibes y pibas a la Historia de un modo inédito, el afectivo.
No sería nada exagerado definir a Zamba como una revolución: no hubo otra herramienta pedagógica más eficaz en su objetivo de acercar a los más chicos al pasado argentino, con una visión sustentada con fuerza en el patriotismo, en una mirada latinoamericanista y en la referencia de un panteón de próceres que, hasta entonces, dormía la siesta del bronce inmaculado. Mestizo entre la divulgación y el entretenimiento, Zamba también habla en argentino en un contexto de señales infantiles extranjeras, con héroes que hablan en neutro y transmiten ritos y costumbres ajenas. Y muy particularmente, es un puente que propone multiplicar las preguntas y no aferrarse a definiciones ni a sentencias.
En el marco de una política comunicacional errática en líneas generales, como la que llevó adelante el kirchnerismo (programas con escaso espacio para el pensamiento crítico, referentes que hicieron las veces de justificadores de todo y medios en manos de empresarios aliados que, apenas cambió de manos la billetera del Estado, se fugaron y dejaron laburantes en la calle), Zamba es un relieve en mitad de dos grandes hallazgos: Encuentro y Paka Paka, dos señales que abrieron un cauce de originalidad, creatividad y búsqueda como pocas veces en nuestra tradición televisiva. Tal vez por ese motivo, por sus enormes méritos –y no por sus carencias–, los dos canales y el propio personaje animado, hoy corren serio riesgo de desaparecer: la gestión macrista, que avanza en su ofensiva de ajuste, recorte y destrucción de cualquier proyecto cultural y popular, tiene en carpeta el cierre de los dos canales y, muy particularmente, tiene un anhelo: quiere borrar del mapa a Zamba.



Está convencido, Tiago. Ya sabe qué personaje quiere para el festejo de su cumpleaños. No le interesa el cotillón de Iron Man ni el de Star Wars. "Yo quiero San Martín, no otra cosa", le aclara a su mamá. No hay opción entonces: Tiago festeja sus siete años disfrazado como un granadero y, después de soplar las velitas con sus amigos, grita contento: "¡Viva la patria!". Cuando sea grande, dice Tiago, quiero ser granadero.



Dora vive en Clorinda, Formosa, y está preocupada… Sus hijos a cada rato le preguntan si alguna vez lo vio a Zamba en persona, porque es vecino. Dora pide una gauchada por las redes: "A ver si algún vecino se disfraza de Zamba y me ayuda con este tema"…



2. Como tantas otras cosas, el origen es una idea colectiva. Y la semilla germinó en la productora "El perro en la luna", una hidra de tres cabezas: Fernando Salem. Sebastián Mignona y Nicolás Dardano. Pensar una serie animada para el Ministerio de Cultura sobre la Revolución de Mayo fue el disparador en 2009, a pocos meses del Bicentenario de la gesta de 1810, tantas veces replicada en los manuales escolares.
Fernando Salem llegaba entonces de viajar por el Interior del país para registrar, en cortos para Encuentro, las vivencias de pibes y pibas en su ámbito cotidiano. En la escuela, en su casa, a través de sus juegos y de sus pasiones. La experiencia de ese trabajo de campo se configuró como un viaje hacia una infancia diferente, bien ajena a estereotipos y lugares comunes, tan sencillos de identificar en el formato televisivo impuesto por la factoría Disney. Pibes con la capacidad inexplicable de memorizar a la perfección los nombres de decenas de pokemones en japonés, pero que chocan en la escuela con el freno del aburrimiento. En ese viaje, Fernando aprendió también la importancia de bajar la cámara: literalmente, bajarla a la altura de los chicos. Mirar el mundo con sus ojos, no desde el adulto prejuicioso que dibuja una imagen idealizada o voluntarista de la niñez. Mirar como ellos, sin subestimarlos, sin tratarlos como tontos y, menos aún, como consumidores.
Había que generar un producto animado, contar un pedazo de la historia argentina, justamente, para esos pibes. Para los que se aburren. Contarle la Historia a los que no memorizan fechas ni batallas, a los que miran el pasado con los ojos del tedio y la indiferencia, a los que nunca sintieron vínculo alguno con esos próceres que aparecen ilustrados en su manual. Contar para los que se aburren de todo, contar para esos "treinta forajidos que vienen del recreo después de jugar a la pelota en el patio, y no quieren escuchar nada", como define con justeza Salem. Tremendo desafío.
Entonces, como primer paso, Salem se fue a pasear por el Cabildo, a buscar en la historia formal algunas piezas para armar el rompecabezas. La conclusión de aquella excursión fue lapidaria: "Esto es un embole", pensó. Y tenía razón. Pero también es cierto que hay formas diversas de contar. Y por eso, se tomaron las primeras decisiones: bajar a los próceres del bronce, quitarles la naftalina y mojar el cartón para volverlos gente de carne y hueso. Contar desde la pasión y el humor, desde el cariño y la empatía, aprovechar los recursos del dibujo animado y utilizar el aburrimiento como disparador. Fernando tuvo a mano una referencia en su propia infancia, además de su fanatismo por historietas atravesadas por la historia –como Ásterix o Nippur de Lagash–: en tercer grado, un profesor le relató la tragedia de los inundados en el Litoral de un modo diferente: no apeló a estadísticas, no mencionó fenómenos climáticos ni procesos sociales complejos. Simplemente, les hizo escuchar en el aula una canción: "Apurate, José", de Teresa Parodi. Con lágrimas en los ojos, los ayudó a entender la letra. Le puso el alma y los comprometió emocionalmente con esa vivencia del inundado que pierde todo. Dejó a un costado el rigor pedagógico cuadriculado y se aferró a la sensibilidad.
Desde entonces, Fernando comprendió que hay otra manera de contar las cosas. La historia en clave humana y aventurera. La historia como una herramienta para comprender mejor el presente. Es por ese lado, pensó.



Felipe tiene siete años y tiene algo que contarle a su papá. "¿Viste que antes me gustaba Daddy Yankee? Ahora me parece que me está gustando Atahualpa Yupanqui", le confiesa. Cuando su papá intenta conocer el origen de su reciente admiración por Yupanqui, Felipe responde con sencillez: "Lo vi en Zamba, Pa".



"Martín tuvo un problema en el colegio", le cuentan a su papá. ¿Qué pasó esta vez? Resulta que en clase de inglés, la señorita propuso cantarle el feliz cumpleaños a uno de los nenes… pero en inglés. Y Martín, de seis años, se negó. "Yo soy argentino, no inglés. Y lo quiero cantar en argentino", le dijo a su maestra. Charlando en casa del episodio, Martín pregunta desconfiado: "Papá, yo dije la verdad… ¿está bien, no?".



3. Zamba cosechó elogios unánimes en sus primeros pasos. En junio de 2013, Dolores Graña publicó en La Nación un artículo en el que lo destacaba como "el primer fenómeno educativo local desde la aparición de la revista Billiken". Al mismo tiempo, subrayaba su "enfoque riguroso e irreverente" y destacaba "un entusiasmo contagioso por explicar la historia como algo vivo, y al país que ha formado como una obra en permanente construcción (y corrección)".
Pero ya en febrero de 2014, la línea del diario de los Mitre pegó media vuelta y puso a Zamba en la mira: desde entonces, sería un producto de la perversa factoría K, un objetivo a aniquilar de todos los modos posibles, incluso apelando a la exageración y el ridículo. Raquel San Martín firma en La Nación una nota en la que admite que el producto es "eficaz" ("Imagine un nene travieso, inquieto y curioso, de guardapolvo y mochila, y agréguele animación de calidad, música atractiva, superhéroes, humor, estética de videojuego y guiños para los papás de treinta y pico. Ahí tiene un éxito asegurado", concede de mala gana), pero ya denuncia una mirada maniquea y un guión "que sigue al revisionismo oficial, con simplificaciones y nacionalismo". También se pregunta: "¿Cómo convive un producto de tv cultural de calidad con una explícita bajada de línea de los contenidos históricos, con una línea de narración que representa cada vez más el discurso del gobierno?"...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)


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ENTREVISTA CON GABRIEL DI MEGLIO

"Zamba marcó fuerte a una generación"


Desde la academia, cualquier fenómeno masivo vinculado a la Historia es mirado con recelo. No es riguroso, falta contexto, simplifica, cae en anacronismos... Las críticas estaban preparadas. Pero Gabriel Di Meglio, historiador e investigador del Conicet, aceptó el desafío de sumarse al equipo de Zamba para asesorar en lo que mejor sabe: nuestra Historia. Y su trabajo es una marca de identidad de la serie, que supo cosechar elogios y también cuestionamientos en mitad de una tormenta política inédita. En este entrevista con Sudestada, Di Meglio se anima al balance, pero también a señalar hallazgos y problemas de un Zamba que supo acercarnos al pasado de un modo entrañable.
–Entre 2014 y 2015, es muy llamativa la cantidad de notas críticas contra ciertas políticas culturales. En particular contra Zamba. Es curioso mencionar esto hoy, porque todos esos debates históricos no existen más…
–Es que la crítica del macrismo fue errática. En realidad, no sabían muy bien qué hacer. Por ejemplo Zamba, que fue un proyecto muy exitoso en relación a los objetivos que se habían propuesto, empieza alabado por los grandes medios. Después lo van demonizando. De 2013 en adelante ya todo es una lucha facciosa. Hasta ahí Encuentro estuvo bastante a salvo de la disputa partisana, con gente antikirchnerista que incluso elogiaba al canal. Pero a partir de 2013 nada queda a salvo de la disputa dura y, entonces –más Paka Paka que Encuentro– terminó siendo símbolo de la demonización del kirchnerismo. El macrismo llega al gobierno sin saber muy qué hacer con Zamba. De hecho, hacen un programa de Zamba más, y después lo dejan caer para siempre. Como si hubieran intentado dar la disputa con el personaje, algo que tal vez les hubiera convenido porque era una serie exitosa. Pero finalmente notás una indecisión y, al final, eligen discontinuarlo. Si ves el programa que hicieron, no se entiende muy bien cuál es la apuesta diferente que pretenden porque la verdad es que Zamba nunca fue lo que ellos planteaban: nunca hubo una "bajada de línea para formar pequeños kirchneristas".
–¿Hay antecedentes en el pasado de un funcionario enfrentado con un personaje animado, como Hernán Lombardi con Zamba?
–No lo sé, es posible. Pero sin duda hubo un ensañamiento. Estoy bastante seguro de que Lombardi nunca vio Zamba. En particular, hubo un micro que se llamaba "Quiero mi monumento" que resultó bastante maniqueo, algo que en la serie se trataba de evitar. Era fácilmente criticable y esa parte fue la que se tomó para el todo. Quizá fue lo más débil de Zamba como propuesta. Pero escuché mucha gente opinando que nunca vio la serie, realmente. Por supuesto, Zamba tiene problemas y hay cosas que hubiera hecho de otra manera, pero desde donde discuten no hay conocimiento del personaje ni de la historia. Es un prejuicio: está mal porque lo hizo un gobierno que no quieren.
–El capítulo de Sarmiento fue cuestionado por grupos sarmientinos… se habló de que se burlaban de Sarmiento porque dijo que alguna vez faltó al colegio. Es curioso verlo hoy y descubrir que el personaje está muy bien cuidado, demasiado incluso.
–Es que esa mirada histórica viene del lado más conservador y rancio, una mirada que hace muchos años ya es vieja y uno creería que ya está desaparecida: para ellos, los héroes son de mármol. Esas críticas me parecen irrelevantes, salvo por un detalle: después se les dio un uso político oportunista. Pero es una mirada sin nada interesante que proponer más que esta cosa del héroe sin mácula, una idiotez. Incluso ese programa fue criticado por gente "antisarmientina" por "sarmientino"… porque nosotros intentamos hacer un balance entre el lado feroz de un personaje racista, elitista y propulsor de políticas represivas, contra aquel que a la vez fue un gran intelectual y el inspirador de un sistema educativo que –sin duda– yo reivindico. Como suele suceder, los personajes suelen tener múltiples aristas.
Durante todo el tiempo que estuve, nunca se le bajó a Zamba una línea desde arriba, apenas si se planteaba la efeméride. Sí fueron más difíciles otros capítulos, como el de la Dictadura o el de Malvinas. Esos fueron complicados porque son temas delicados. Pero el de Sarmiento lo defiendo al cien por cien.
–Fuera de la guerra de aquellos años de los medios contra todo lo que fuera K, si seguís las notas observás que se van cebando: lo que arranca como "simplificador" termina siendo un "personaje fanático ultra K que baja la línea del gobierno y adoctrina…"
–Eso sorprende: los mismos medios que lo elogiaban, después pasaron a un ataque fulminante que terminó demoliendo el proyecto. Lo cual fue un error político, porque a ellos hasta les convenía disputar el personaje y aprovechar el éxito que tenía. Había logrado algo no tan sencillo: hablarle de historia a los chicos. De hecho, Zamba nace como eso, no como un proyecto educativo sino como un producto pensado para que los chicos se engancharan con la historia. No para enseñar sino para atraer.
–¿Cómo fue asimilar una respuesta tan masiva, como la que alcanzó Zamba, cuando venís de la academia?
–Zamba nació en Encuentro, donde ya venía participando. Paka Paka era un segmento entonces. Y los programas me venían sorprendiendo porque la respuesta era mayor a la que yo esperaba –por prejuicio, quizá– sobre lo que la televisión cultural podía generar. Cuando Zamba surge esperaba una buena recepción, pero nunca imaginé que iba a ser lo que fue. Realmente, estalló: el parque temático, chicos jugando a Zamba, y cosas que nadie había previsto. Una cosa fue cuando empezamos a pelotear cómo hacíamos un programa para chicos y cuando asumimos la necesidad de tomar reglas del dibujito animado. Eso te obliga a jugar con un lenguaje que, obviamente, no es el de la academia y ni siquiera se acerca al de la divulgación para adultos. Como por ejemplo, el maniqueísmo. En los dibujitos, siempre el "buenos" contra "malos" es la forma de contar más efectiva, y eso lo usamos mucho: los realistas son malos y los patriotas son buenos. Lo cual, para alguien que es especialista en ese período como yo, es bastante complejo. Pero el objetivo siempre era atraer a los chicos a la Historia, no enseñar. Es decir, lograr que la historia no fuera aburrida y que un pibe se enganchara con Zamba, para que después preguntara y se interesara. Ese objetivo se logró, y eso obliga a hacer ciertas extorsiones que, para esta gente tradicionalista, fue intolerable. Pero ya ellos mismos son casi piezas de museo. Poder reírte de los próceres, exagerar sus características, hacerlos caricaturescos para volverlos entrañables, atractivos y divertidos para los chicos. Pero a la vez, contando procesos históricos de manera adecuada, sin inventar datos. En ese sentido fuimos rigurosos. Por supuesto, a los guiones se les añadía algo de ficción: los talk shows no existían en 1812. Pero el dibujito animado te permite ese tipo de anacronismo. Son licencias narrativas que tienen que ver con un lenguaje que los chicos ya conocen antes de leer, incluso. Por eso Zamba fue claramente exitoso en lo que se planteó. Después hay un montón de cosas que hoy haría distintas. Por caso, después de todo el estallido del feminismo en estos años, quizá era mejor que el protagonista fuera una chica, pero en 2009 eso no estaba en el ambiente de un modo tan potente....


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)

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Autor

Hugo Montero