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En la calle

Mendigos de Lomas de Zamora: Vivir sin nada

Recorriendo las calles del conurbano es inevitable toparse con decenas de personas pidiendo monedas para comer. Sudestada dialogó con uno de ellos en busca de su verdad, la verdad que pide pacientemente una recompensa.

¿Qué puede tener de interesante escuchar a un mendigo?. Esa pregunta fue la respuesta. Ante este intento de conocer una realidad dura y sobrante de golpes bajos, muchas veces es prácticamente imposible salir del rol de periodista invasor, que denuncia determinados hechos, consigue un testimonio y finalmente desaparece. Lo que sigue es un intento de reflejar pensamientos y reflexiones de quienes no tienen voz en los grandes acontecimientos, salvo cuando hay algún desalojo o algún vecino indignado por su presencia, sin pensar que mendigando subsisten e intentan llegar a la cena con algún mango que le permita llenar su estómago, y tal vez el de su familia.

Sentarse junto a un mendigo suena hipócrita, pero para conocer algunos aspectos de su vida lo mínimo que se tiene que hacer es escuchar bien de cerca sus tonos, dejar de lado ciertos prejuicios y animarse. Recorriendo las calles del sur, más de uno, con mejor o peor diplomacia, evitó el diálogo. Era claro que la barrera que impone un grabador siempre es difícil de cruzar, y más cuando se viene de realidades tan diferentes. En medio de esa búsqueda, viajando en los vagones destrozados de la ex línea Roca, me encontré con una situación propicia para el diálogo. Era una madre, que junto a su hija pedían una ayuda a cambio de una estampita. La chiquita tenía la piel totalmente quemada y sus brazos terminaban en dos muñones.

Me fue imposible salir a enfrentar la situación así que decidí bajar en Lomas y probar mejor suerte. Cruzando por Boedo doblé en Alem, donde me topé con Héctor, quien susurrando me contestó: "no hay problema". Aquí empezaba el desafío de la nota.

"Acá todo se termina"

Héctor tiene más de setenta años, y desde principios de los noventa viene todos los días de Guernica al centro de Lomas para buscar su diezmo -como él mismo lo llama-.

Empezó pidiendo en la avenida Hipólito Yrigoyen, pero terminó a unos metros del Banco Nación, en la pared de una casa que le sirve de respaldo. Años atrás fue ferroviario, de los viejos Ferrocarriles Argentinos, pero luego de los despidos masivos durante el inicio de la era menemista quedó en la calle, sin edad para jubilarse ni la posibilidad de seguir aportando para lograrlo. Una tras otra fueron las puertas que desde aquel entonces se le cerraron para conseguir otro puesto de trabajo. Ahora vive junto a su hijo en una humilde casa en Guernica, un lugar que siempre pasó desapercibido para los medios, salvo cuando a principio del año 2000 un sin fin de casas perdieron sus techos en un brutal tornado.

"Ves ahí -señalando un cartel de Philip Morris-, eso es ignorancia, -te dice clarito-, el fumar es perjudicial para la salud, pero la gente no lee. Es todo por negocio, qué te parece. Lo que dice abajo es la verdad".

Sus inicios como mendigo lo encontraron siempre en la zona: "después de sentarme en la avenida y tener algunos problemas, me vine acá porque me siento cómodo, es un puesto mejor. Acá nadie me molesta. Por qué me van a molestar si yo no le hago mal a nadie, yo vengo a pedir, yo no robo". A pesar de haberle avisado que sus palabras eran registradas por un grabador, Héctor insiste con la pregunta: ¿Me estás grabando?, -igual no se detiene-: "Yo te voy a dar una palabra de vida, acá yo estoy pidiendo. Mirá, del cielo hasta abajo, cada cual vive de su trabajo. Pero yo de robar y de emborracharme le disparé. No es que no lo haya hecho, pero ahora no".

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°17)

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Autor

Ignacio Portela