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¡La hora, referí!

Trinche Carlovich. Anatomía de un mito

En los años setenta, por los tablones rosarinos corría un rumor. Así, de a poco, se fue armando la leyenda de Tomás el “Trinche” Carlovich. Después, los recuerdos de algunos y las fantasías de otros fueron confundiendo la memoria hasta transformarlo en un mito: el de un Maradona que no fue. En este artículo, Daniel Console –autor de su biografía– separa realidad de ficción y revela los misterios de un jugador de fútbol extraordinario.

¿Cuándo un jugador de fútbol se convierte en mito o leyenda? ¿A partir de qué suceso? ¿En qué contexto? ¿Por qué pasa a la historia grande con una trayectoria que es difícil de recopilar? ¿Qué hay en la vida de un jugador cuya carrera futbolística se inicia a los 16 años y finaliza a los 54, y del que apenas sobreviven unas pocas fotos, algún registro fílmico con alguna gambeta perdida en una película –Se acabó el curro, de 1983–, y pocos que lo vieron, pero que con el tiempo se trasformaron en cientos de miles? ¿Qué hay detrás de aquel mediocampista pelilargo, barbudo, de tranco lento, pero con un talento y exquisitez en la zurda que pocos supieron conseguir, y que a lo largo del tiempo fue tomando una dimensión exorbitante en el comentario del mundo futbolístico, comparable con muy pocos jugadores? ¿Qué se oculta detrás de ese pibe introvertido, de mirada triste, pero que les sacaba una sonrisa a todos aquellos que lo vieron jugar alguna vez?

Tomás Felipe Carlovich –acentuando la última sílaba–, el "Trinche", nació el 19 de abril de 1946 y se crió en el barrio Belgrano, al oeste de la ciudad de Rosario. De pibito jugaba descalzo o en zapatillas en los potreros, en los campitos; tenía una rara habilidad: tiraba caños –paradojas de la historia: era el séptimo hijo de un plomero yugoslavo– de ida y vuelta al mismo rival y, por consiguiente, no sólo confirmaba su dominio del balón sino también su oficio para defenderse a las trompadas cuando el contrincante no se bancaba semejante descaro, lo que le valió en muchas oportunidades irse a las duchas antes de finalizar los partidos. A los 16 ya había fichado para Rosario Central, llegó a jugar un partido en Primera y lo sacaron. Alternaba en la reserva, jugaba amistosos pero, a pesar de su técnica, no lo ponían. El "Trinche" mascaba bronca, ya que lo único que quería era jugar. Cansado de la situación y ante la propuesta de un amigo, se fue a jugar a la Liga Deportiva Sur con el Sporting de Bigand, donde también jugaba su hermano Eduardo –"Pichón"– quien, por supuesto y según cuenta la leyenda, era todavía mejor que él. En ese torneo, el clásico rival, Independiente, se había llevado casi todos los campeonatos. Pero la llegada del "Trinche" y un par de jugadores de Central completaban un gran equipo, que iba a terminar coronándose campeón. Después, decidió volver a Central, y otra vez lo mismo: no lo tuvieron en cuenta, no había caso. Lo cedieron a préstamo a Flandria por seis meses –donde apenas jugó cuatro partidos–, jugó de puntero izquierdo y hasta llegó a hacer un gol. Pero Jáuregui no era Rosario y se escapó del "Canario" para volver a la ciudad. Sin rumbo, aunque con la certeza de saber que lo único que quería era seguir jugando, no imaginaba que el destino le tendría reservada una trascendencia en el fútbol a pocos minutos de donde había revoloteado con la pelota durante tanto tiempo. Otro amigo le propuso que fuera a jugar al "Charrúa", Central Córdoba, y le insistió, le dijo que no le iban a exigir como en los otros equipos –la leyenda dice que al "Trinche" no le gustaba mucho entrenar; sólo jugar con la pelota todo el tiempo–, que iba a estar cómodo, que había buenos jugadores, que sí, que no, hasta que llegó el día... Se presentó, jugó un amistoso contra Sarmiento de Junín, ganaron 2 a 0 y el "Trinche" hizo los dos goles.

Ahí se inició el romance, que incluyó dos ascensos de la C a la B, en 1973 y 1982. Y el estadio Gabino Sosa, ubicado en el barrio La Tablada, sería una de sus casas. Pero claro, el "Trinche", distinto, talentoso, lírico y bohemio, que durante horas y horas podía hacer jueguito con una piedra, que se resistía a las concentraciones, a quien no le gustaba recibir órdenes, iba a tener su momento de gloria... Una noche de abril de 1974 fue convocado para formar parte de un combinado de jugadores de Newell's y Rosario Central –él fue el único representante por Central Córdoba–, dirigidos por Carlos Griguol y Juan Carlos Montes, para enfrentar a la Selección Nacional de Vladislao Cap, que andaba de gira por el interior. Ni Togneri, ni Pancho Sá, ni la Oveja Telch lo pudieron parar. Él y Mario Alberto Kempes fueron las figuras del encuentro –tanto es así, que la leyenda cuenta que el seleccionador pidió que lo sacaran a los veinte minutos del segundo tiempo porque "iba a terminar mal"–, que ganaron por 3 a 1. Por única vez en la historia, 30 mil hinchas de todos los clubes rosarinos se abrazarían para compartir una de las grandes demostraciones de fútbol que jamás se hayan visto. En ese partido nació el mito...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Walter Marini