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Diálogo con María Teresa Andruetto

"No existe escritura sin memoria"

Hija de una argentina y un partisano piamontés, la escritora cordobesa, ganadora del Premio Hans Christian Andersen en 2012, sostiene que escribir es "esa mano extendida al otro", es echar a andar preguntas, mirar viendo venir la historia. En esta charla con Sudestada, abre la ventana a una obra que camina por las fronteras impuestas artificialmente en el campo de la literatura.

Todo cabe en la vasta obra de María Teresa Andruetto: ensayo, teatro, poesía, narrativa, literatura infantil y juvenil. Su obra de más de treinta libros atraviesa públicos y edades, como ocurre en La niña, el corazón y la casa o Stefano.

La Tere, como la llaman, nació en Arroyo Cabral y se crió en Oliva, corazón de la Córdoba cerealera. En los setenta estudió en la Universidad Nacional de Córdoba. Pasó una breve estancia en la Patagonia -tiempo que denomina su exilio interno-, y al finalizar la dictadura cívico-militar trabajó en un centro especializado en lectura y literatura para niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de nuestro país, municipales, provinciales y nacionales, así como fue parte de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa, realizando seguimiento de escritura con niños, adolescentes, jóvenes en riesgo social y adultos en programas oficiales e instituciones privadas, dentro y fuera del ámbito escolar; ejerció la docencia en niveles medio y terciario. Coordinó ateneos de discusión y colecciones de libros para niños y jóvenes. Escribe.

Tere se define como una escritora sin adjetivos: "Transito la literatura para chicos en los bordes de la literatura para adultos. El árbol de lilas, Stefano, son para todas las edades. No hay tanta diferencia. Lo mismo pasa en El anillo encantado o en Veladuras. En la frontera están. En algunos casos es azaroso que hayan salido en colecciones juveniles", señala.


Extraviarse

"Me parece que escribir es extraviarse, entrar de tal modo en lo imaginado que una se pierde, en ese doble sentido de perderse en un territorio y perder la cabeza. Extraviarse una para encontrarse más y mejor. Tengo un recuerdo muy antiguo, el más antiguo creo. Ya lo sabemos, a la memoria individual le gusta recordar una escena de comienzo. Para mí, esa escena, ya muy revisitada porque la he contado muchas veces, porque ha ido a parar a un ejercicio de memoria que colgué en mi página web, a una escena de Lengua Madre y a un poema, tiene que ver con cierta vez que me extravié. Me habían mandado a comprar a un almacén (más bien era un boliche donde los hombres tomaban su vaso de vino y donde se vendían algunos alimentos) que quedaba cerca de mi casa, en las afueras de un pueblo. Llevaba en la mano un papelito que tenía anotado lo que debía traer a casa, porque todavía no sabía leer. Ya para entonces me habían hecho fama de distraída, lo cierto es que caminé mirándome los pies (supongo que para ver que iba por buen camino) y distraída mirándome los pies, seguí de largo. Cuando levanté la cabeza estaba en un lugar desconocido (no muy lejos de mi casa, de todos modos) y me asusté. Había un cerco de tejido, como solía haber en los patios de los pueblos, y yo me arrinconé ahí, un poco acosada por unas mujeres que me preguntaban cómo me llamaba. En eso pasó el cartero del pueblo con su bicicleta negra, con un canasto de alambre adosado, donde llevaba las cartas. A mi casa llegaban cartas, cartas de Italia para mi papá y muchas cartas a mi madre. Mi mamá tiene un nombre inusual, la única con ese nombre en el pueblo. El cartero me preguntó si ella se llamaba Cleofé y cuando le dije que sí, me cargó en el canasto de las cartas y me llevó a casa. En fin, cartas, escritos, extravío, los mandados en letra de mi madre. Como si no bastara, el cartero aquél era hijo de un hombre al que todos hemos llamado El Maestro. El Maestro Bono. El primer maestro que el pueblo tuvo. Me gusta ver cómo en esa escena está casi todo lo que me interesa: las palabras, el maestro, el perderse, el encontrarse...".

Perderse. Extraviarse. Perder el rumbo. "Etre égaré". Tal vez de "égaré", provenga el término "garete". Sin rumbo iba esa nena mirando sus pies y creyendo que si se miraba los pies no se perdería, no iría a la deriva. Una mañana, caminó sin rumbo siempre mirándose los pies, hasta que se perdió. Lo sigue contando como una forma de origen. Porque el rumbo fue y es la palabra. La palabra escrita en ese papelito apretado en su mano de hija perdida frente a las palabras, pero también dejarse perder por las palabras.

(La nota completa en Sudestada N° 134 - noviembre de 2014)

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Autor

María Laura Fernández