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Historia de la Guardería Montonera

Los hijos de la Contraofensiva

En 1979, Montoneros lanza una de sus operaciones más controversiales: la Contraofensiva. Pero detrás de la decisión de decenas de militantes de volver al país para persistir en la lucha, hay otra historia. La historia de los hijos de esos compañeros, que encontraron un refugio en La Habana, en una guardería que se sostuvo por el esfuerzo y el cariño de un puñado de hombres y mujeres que se ocuparon de cada niño ante la ausencia transitoria de sus padres. Una historia entrañable y humana que recorremos en esta crónica.

Es de noche y ya es hora de que los niños se vaan a la cama. Cada día, Estela les lee los cuentos que sus padres dejaron para ellos. Dailan Kifki aparece en la memoria de una de las niñas. La luz se apaga y es tiempo de que reposen y se vayan durmiendo. Estela se sienta en una silla y se recuesta en la pared. A la espera de que todos concilien el sueño, enciende un cigarrillo y pita despacio, mientras baja de a poco la actividad de todo el día. Esa niña de la guardería le regaló la imagen a Analía Argento, autora del hermoso libro La guardería montonera, en que se reconstruye exhaustivamente la experiencia en Cuba. "Y ahora adulta, ella me cuenta que veía el rostro iluminado de Estela cuando pitaba y eso la tranquilizaba, se dormía con esa luz", completa Analía.

"La verdadera patria es la infancia". Esa frase de Rilke que es citada a menudo representa en esta historia una verdad tan breve como profunda. Porque para los niños que integraron la guardería que funcionó durante tres años en la ciudad de La Habana, en Cuba, la infancia estuvo signada por el peligro y las pérdidas, pero también por un espíritu colectivo y solidario que hizo de sus infancias una patria socialista. Y también porque a la hora de revivir ese momento de la vida de un ser humano, cuesta racionalizarlo y ponerle palabras, por estar signado por emociones y recuerdos que apuntan a los sentidos: olores, colores, sabores, destellos de sensaciones.

Y recogiendo esa estela que deja el rastro de los sentidos, desandamos el camino de esos años en los que Montoneros decidía comenzar la Contraofensiva y la Guardería se convertía en una auxiliar para los padres que retornaban a luchar por otra Argentina.

Juntando las ramitas para armar el nido

Cuando Héctor Pancho Dragoevich y Cristina Pfluger llegaron a La Habana en un vuelo desde España, doce niños, incluidos sus hijos Ernesto y Leticia, venían de su mano: con ellos se instalarían en la casa de la calle Novena para inaugurar la guardería en Cuba. Era marzo de 1979 y mientras los militantes recibían entrenamiento en Siria y en el Líbano, empezaba a conformarse un lugar seguro en el que dejar a sus hijos. Como auxiliares del operativo de la Contraofensiva que ya estaba en marcha, Pancho y Cristina no dudaron en hacerse cargo de aquel proyecto junto con Mónica Pinus y Edgardo Binstock, que llegarían un mes después des-de México con otra docena de niños entre los que estaban sus hijos Ana y Miguel. Les explicaron que la propuesta no era que reemplazaran a sus padres, sino que fueran "tíos y tías compañeros", para que se replicara en ese espacio el rol de la familia. "Para nosotros fue vital tener esta consigna clara, y se convirtió en todo un desafío poder socializar a nuestros hijos en ese colectivo; no hacer diferencias era una materia que dábamos minuto a minuto", cuenta Cristina, treinta y cinco años después.

Su militancia en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires había empezado muchos años atrás: Pancho trabajaba en una fábrica mientras que Cristina se desarrollaba como trabajadora social en el Hospital Posadas, en la localidad de El Palomar. Como la mayoría de la clase media argentina de ese momento, ellos no venían de familias peronistas pero "cuando empezás a militar en el territorio empieza a brotar el peronismo: vimos de cerca los altares de Evita que tenían las mujeres en la villa Carlos Gardel". En 1973, la "primavera camporista" les dio la certeza de que podía ser posible "el trabajo en los barrios, un proyecto de salud como el que pensaba Carrillo porque lo pudimos hacer: pudimos tomar las fábricas, los hospitales, el INTA y empezar a pensar proyectos que tenían que ver con una soberanía económica diferente". Incluso, Cristina trataba de ser crítica con su propia profesión: "Siempre decía que ojalá algún día, cuando llegáramos al socialismo, pudiera dejar de ser trabajadora social; porque a mí no me gustaba lo que hacía, porque esto era un paliativo, tapar un agujero".

Por eso en 1976, amenazados por la Triple A, el Hospital tomado por militares y el pequeño Ernesto de menos de un año a cuestas, los caminos se les iban cerrando y se embarcaron hacia España, huyendo y encontrándose en el trayecto, con compañeros militantes. Durante el viaje se confirmó que Cristina estaba embarazada, por lo que Leticia nació en 1977 en Barcelona. Desde allí partieron a Suecia, donde se encontraron con otros exiliados y empezaron a militar en la socialdemocracia y a llevar adelante la política exterior y de denuncia del golpe de Estado que sucedía en la Argentina. Pero siempre pensaron que el exilio no era una opción para ellos, por eso cuando la Contraofensiva comenzó a tomar forma en las reuniones de la organización, decidieron ser parte: "Desde afuera teníamos mucha información a nivel de la represión y a nivel económico, cómo estaban transformando la realidad, cómo cerraban las fábricas, cómo estaban dejando fuera a los trabajadores, cómo se estaba achicando ese país desarrollado que habíamos conocido nosotros. Y cuando vino la propuesta de la Contraofensiva lo hablamos mucho, primero en conjunto y después nosotros dos, y sabíamos que teníamos que pelear a esa dictadura porque iba a ser una ruina, por lo que todos habían peleado antes y habían caído, desde la resistencia peronista hasta ese 1979".

El lugar para instalar la guardería fue decantando solo: Desde que su conducción había comenzado a exiliarse, Montoneros tenía una estructura segura en Cuba, y ya se encontraban instalados Mario Firmenich y su hija María Inés, Roberto Perdía con su esposa Amor y su hija Amorcito, y Fernando Vaca Narvaja con su familia. En ese país había ya otras experiencias con niños, aunque en construcciones diferentes que proponían desde el MIR chileno hasta los Tupa-maros uruguayos. Y Cuba, ese país internacionalista en los hechos, les brindó su logística, su personal y todo su apoyo para llevar adelante el proyecto.

(La nota completa en Sudestada N° 131 - agosto de 2014)

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Nadia Fink