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Editorial

Un oficio terrestre

Ningún chico dice: cuando sea grande quiero ser Jefe de Gabinete. Es verdad; no hablamos de uno de esos oficios que se elige entre profesiones y carreras al alcance de la mano, sino que se trata de uno que cae de repente, casi sin buscarlo. Debe ser porque, en definitiva, su función más importante es la de decir "algo que no es", la de engañar al soberano por un objetivo mayor (que puede ser loable o no) pero que nosotros (consumidores, trabajadores, vecinos, votantes útiles) no debemos conocer, al menos en su entera dimensión.

Pero eso no es todo. El Jefe en cuestión deberá mostrarse siempre bien vestido, pulcramente peinado, y sobre todo, capacitado para acomodar las manos en el lugar indicado cuando mencione, por ejemplo, la gravísima crisis automotriz que generó en las últimas semanas miles de suspensiones en las principales empresas del sector. Para ese fin, resulta vital emplear palabras complejas como para confundir y generar la idea de conocimiento del tema y de especificaciones técnicas ante los desprevenidos escuchas. Tirar la pelota afuera es otro eslabón de la misma cadena. Saber deslizar culpas con astucia. Buscar un resquicio de luz en la oscuridad total. Memorizar respuestas adecuadas para utilizarlas en el momento de exponerse, no vaya a ser cosa que algún desacatado esboce un índice de recesión o denuncie los efectos de una devaluación. A ver si todavía algún cronista curioso relaciona estos conceptos con los orígenes de la crisis en el rubro automotriz o en el textil, por ejemplo. Que no se mezclen los papeles, que no se propaguen las dudas, que no se multipliquen las preguntas. Manejar como prestidigitador consumado la contradicción entre lo que se hace y lo que se muestra, como quien sabe evitar sentirse descubierto.
Tal vez de niño quiso ser ilusionista, por esa cualidad singular para engañar a la platea, para desaparecer objetos a la vista de todos y hacerlos aparecer en otro lado. Confundir, despistar, ocultar cifras que indican la caída del salario real de los trabajadores desde el 2 por ciento en 2013, hasta el 10 por ciento en este año. Ardua tarea, casi equiparable a la asumida por el líder burocrático-sindical que prefiere convocar a la clase media del privilegio a marchar contra la inseguridad para coquetear cada vez más abiertamente con el patético arco opositor, antes que preocuparse por ofrecer alguna opción a la erosión salarial. Casi tan compleja como imaginar el detrás de escena del aparato de justificación de la izquierda tradicional, que se suma y acude como furgón de cola de esa movida oportunista.
Pero volviendo a las singularidades de un Jefe de Gabinete, vale detenerse en algunas de importancia extraordinaria: las de distorsionar y desviar los ejes, eludir responsabilidades, apelar a viejas herencias como justificación de todo, gambetear problemas cotidianos con recursos retóricos.

Al fin de cuentas, si se conociera un poco más del arte de la impostura que exige esta función, del desafío poético que propone, tal vez los niños, el día de mañana, puedan sumarla como opción de oficio digno, fascinados también por el prestidigitador que disimula fracasos con un juego de manos y el equilibrista que siempre cae parado; ese miserable de corbata que elude hacerse cargo y que disfraza su oportunismo detrás de discursos huecos, tan ajenos a la vida de los trabajadores que parecen pronunciados desde el escenario de un teatro montado para la impunidad y el engaño como espectáculo cotidiano.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.