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Nota de tapa

Volver a Los Redondos

Trece años han pasado desde la última misa ricotera, pero las puertas siguen abiertas: la apropiación del estigma de Patricio Rey, la cultura clausurada en Cromañón, el destino de esos pibes desangelados (ya no tan pibes) que crecen y observan desde otro lugar, la música que se reproduce y nuevas generaciones que persiguen el rastro, el Indio y Skay pisando su propia sombra, las mutaciones políticas y sociales en el país que los supo escuchar en los márgenes hasta que llegaron al centro para dejar su marca. Dos libros y una larga serie de debates por registrar. La compeja tarea de decodificar un mito, el esfuerzo por relevar lo pasional y ensayar definiciones sobre una ausencia.

Si Los Redondos fueron durante veinticinco años una banda que, poco a poco y siempre a contracultura, se abrió camino en el rock (mejor, en la música toda) nacional; si fue el grupo más convocante y representativa de varias generaciones, después de casi trece años del final y la separación, se vuelve objeto de estudio, mirada aguda, análisis profundo y vigencia intacta.

¿Por qué nos aferramos, como aquel lector obsesivo que persigue el rastro de un autor muerto hace años, a la potencia de una banda que nos marcó a fuego en años de juventud? ¿Cuál es el motivo de que en un puñado de meses se publiquen dos libros que revisitan su legado y se estrene un documental sobre sus orígenes hasta la grabación del primer disco (El alucinante viaje de Patricio Rey)? ¿Qué vacío nos dejó Patricio Rey cuando asistió a la pelea entre Skay y el Indio y decidió atomizarse para reencarnar en quién sabe cuántos pibes? ¿Quién se anima, como en el juego del gran bonete, a quedarse con la corona de Patricio?

Treintañeros que vivieron la experiencia ricotera, que sintieron y absorvieron un ritual único, un peregrinaje pagano, una fiesta colectiva, un canto de garganta desgarrada, que recorrieron luego caminos por otros lados: por las universidades, por los libros, por otras músicas incluso, que tuvieron tiempo de procesar, en palabras de Eduardo Galeano, la vivencia "sentipensante" y decidieron inmiscuirse en el universo ricotero. Que afrontaron el desafío de -vaya contradicción- analizar lo que durante años la banda intentó evadir sobre la lectura de su obra. Y lo hicieron planteándose preguntas, tratando de buscar una vuelta a un misterio ("Porque algunos misterios no pueden resolverse, pero sí pueden transformarse en misterios mejores", define la gente de Perros Sapiens). No es que un misterio vaya a ser develado con la lectura de estos libros: sí que, como buen antecedente ricotero, sus caminos generen preguntas para pensar colectivamente, sus recorridos actuén como disparadores para seguir abriendo nuevos horizontes...

Recital del rocanrol del país

Lo primero, el sentido profundamente político que tiene la obra ricotera. Desde Yo no me caí del cielo (libro de Patricio Cermele -Pato desde ahora, para no confundir nombres con el Rey de nuestro recorrido-), el autor dispara la afirmación de "la obra redonda no puede ser sino política", y profundiza su postura: "Porque al definirse como un rocker, Solari se está caracterizando, a su vez, como un militante artístico que tiene una actitud social contestataria, que busca conmover haciendo zozobrar lo establecido de la cultura sistémica, escapando al control y pensando lo revolucionario, no desde la toma del poder, sino desde su difusión y contaminación". Mientras tanto, los Perros Sapiens (autores de Redondos. A quién le importa) trazan un recorrido disco por disco al compás de los cambios sociales del país; ese pulso que Los Redondos reflejan, y que marcan siempre un tempo adelante...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Nadia Fink
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Nadia Fink