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Malditos: Alberto Breccia

El proletario del lápiz

Amalia Yemelli tomó la taza de mate cosido, se limpió el delantal y quedó inmóvil viendo el sol por la ventana mientras el sonido de los aviones del ejército sobrevolaba la ciudad

Amalia Yemelli tomó la taza de mate cosido, se limpió el delantal y quedó inmóvil viendo el sol por la ventana mientras el sonido de los aviones del ejército sobrevolaba la ciudad, alentados por un grupo de personas excitadas en las veredas. Miró entre las sábanas a su hijo de once años y sin titubear interrumpió el sueño: "Hoy no vas a ir a la escuela porque hay un golpe de Estado". Alberto no entendió bien pero pudo deducir que algo había cambiado a su alrededor. En su corta vida lo más importante hasta ese momento había sido atravesar la odisea de hallar la figurita "difícil" y llenar el álbum de Nestlé. Luego decidió no reclamar el premio; la pelota número 5 de cuero, para poder quedarse con la colección completa, su más preciado tesoro.

Esa tarde salió a las calles adoquinadas y ató al manubrio de su bicicleta unas témperas, unos vasos y pedaleó de Mataderos hasta San Miguel para hacer paisajes en cajas de cartón de envoltorio de alimentos. De regreso a su hogar, entre paredones de ladrillos, calles de barro y profundas nubes en el cielo que de tan bajas daban la sensación de estar al alcance de las manos, escuchó los gritos de un joven canillita que difundía insistentemente la edición extra del diario Crítica: "¡Revolución! ¡Revolución! Esta mañana el Ejército Nacional, al mando del General Uriburu, se levantó contra el gobierno inconstitucional del señor Yrigoyen". El niño Breccia supo que una etapa oscura había empezado en el país y se juró a sí mismo estar atento a la realidad política y contarla a los demás con su arma de fuego, el dibujo.

El pájaro sin jaula

-Estás loco, te dije que no.
-Dale, firmá.
-No, Rafael, y ya no insistas.

La secuencia se repitió una y mil veces; pese al esfuerzo descomunal de uno de sus mejores amigos de la infancia, volvía a rechazar la idea de estampar su apellido a la ficha de afiliación del Partido Comunista porque creía que ninguna estructura política partidaria representaba sus ideales.
Rafael, ese gomía que lo hizo reír a carcajadas cuando se pintó las medias con pintura negra para entrar a los bailes del rioba, vio en su mirada un rayo en la oscuridad cuando le dijo sin filtro alguno; "Quiero ser periodista", entre la gente amontonada que esperaba como ellos llenar el plato con "puchero misterioso", una especie de bolillero de lotería en la cocina del hambre donde el premio era un trozo de carne y el líquido caldoso sólo un amargo consuelo.

El 24 de junio de 1935, Tito le comentó que había comenzado a trabajar de tripero con su padre, mostrándole sus manos que estaban hinchadas de esfuerzo, pero que iba a comenzar a dibujar. Tres años después, le obsequió el primer número de una revista que hizo con su hermano Miguel llamada simplemente Acento, con fuerte influencia de la revista Claridad.
Rafael distinguió que los dibujos estaban bajo el nombre de Veritas y se detuvo a leer dos artículos literarios que sí tenían la firma de Alberto Breccia.

"Éramos jóvenes e idealistas, con inquietudes sociales (...). Eso sí, la revista la regalábamos porque nadie la quería comprar"; recordó años después el dibujante sobre esa experiencia. En ese momento, Rafael comprendió que Tito no tenía miedo de fracasar como artista porque no se consideraba como tal, sino que se veía a sí mismo como un trabajador, lo que le daba libertad; esa era su ideología.

(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013)

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Autor

Fernando Ochoa