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Sobre la obra de teatro Limbo Ezeiza

En el nombre del padre

Jorge Gómez pone en escena una disputa que permanece latente en el traumado imaginario político de los argentinos, en una puesta teatral que invita a reflexionar sobre el peronismo y los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha del movimiento nacional justicialista.

La tragedia, la muerte, la traición. ¿Cómo hablar de ellas sin que la herida sangre? A cuarenta años de la Masacre de Ezeiza, un hecho que marcó a fuego el retorno a la Argentina de Juan Domingo Perón, la cultura generó obras para pensar qué, cómo, cuándo y por qué pasó. Aquella emboscada de los sectores más reaccionarios del peronismo contra la juventud y las organizaciones revolucionarias tuvo investigaciones periodísticas, como la de Horacio Verbitsky, pero faltaba el hecho artístico.

Ezeiza es un hito en la historia argentina contemporánea, tal vez el comienzo del fin para el sueño de miles de militantes que fueron a recibir al líder que regresaba del exilio y cayeron en una trampa mortal. Las diferencias políticas ya no se zanjarían con un debate. La palabra fue la primera víctima. Luego, la tragedia marcó a fuego el presente y gran parte del futuro de los argentinos.

Limbo Ezeiza es una pieza teatral, creada por el dramaturgo y actor Jorge Pelé Gómez, que está en escena en El camarín de las musas desde junio. Da cuenta de cómo, en el futuro, dos hijos esperan al líder familiar que hace muchos años que no ven, y cada uno tiene vivencias y expectativas muy diversas sobre este regreso. El padre tiene su propia historia. Finalmente llega, no se sabe si vivo o muerto, criopreservado, y acompañado por un personaje infausto y estrambótico que mutará incansablemente su rol: de hombre de pompas fúnebres a médico-científico, de Pai umbanda a ladero del padre, hasta llegar a ser un hermano más que dispute su herencia.

Las referencias son claras y precisas. También dolorosas. Como señaló la periodista Laura Ferré en la agencia Télam: "La estética valiente y comprometida, que no reniega del circo y del pasado murguero de raigambre popular, conduce al elenco a sostener una minuciosa dinámica de gestos y movimientos precisos que se ajustan a la lógica de esta puesta, donde nada parece librado al azar".

El circo y la farsa son los recursos que permiten caminar con los pies descalzos sobre las brasas encendidas que fue el peronismo de 1973. Las actuaciones de Norberto Trujillo, el Padre; Rubén Parisi, Hermano Daniel; Eduardo Peralta, José y Cecilia Ursi, Victoria, tienen una sinergia precisa y conmovedora con el texto y con la imponente escenografía de Norberto Laino. Esa suerte de cureña con una heladera Siam "bolita" de la que cuelgan banderines y luces de colores; adentro, el Padre permanece congelado "como Walt Disney" a la espera de que el Hermano Daniel lo resucite. Las voces en off de Diego Capusotto y Alejandro Dolina, junto a las canciones de Leonardo Favio más la obra Vacío ideológico del plástico Daniel Santoro incluida en el programa, completan la propuesta estética.

Jorge Gómez cuenta que el regreso del ex presidente fue "un tema que me interesó siempre. El comienzo de la atomización del peronismo. El rol de Perón, la figura nefasta de López Rega, la relación con la juventud. Así entré y fui recopilando información a lo largo de muchos años, pero la acción dramática me surgió en 2006 cuando se realizó el traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente. Ahí terminé de armar el mundo. El 20 de junio de 1973 es el punto de partida para poder pensar no sólo ese momento histórico puntual, sino también el derrotero que siguió el peronismo. Y si quizás algunas cosas de aquello resuenan hoy, tendrá que ver con que es una historia que no está cerrada".

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El Padre, resucitado, tiene todavía rasgos de humanidad. En la intimidad, vestido con un pijama, despojado de insignias y oropeles, se dice: Ya no pertenezco a mí, sino al insomnio. Él domina mis noches y mis días. Siempre los mismos sueños. Recurrentes. La plaza vacía y de repente una multitud la invade, la hace suya. Estoy perdido. Apuro mis pasos, cada vez más. Voy en pantalón corto, mis piernas pequeñas van cada vez más rápido, llego al borde de la desesperación: ¡mamá! Y me despierto. El mismo sueño siempre, soy un niño viejo.

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Perón en la Argentina ya no era prenda de unidad, sino un líder que se disputaban por derecha e izquierda. Los tiempos de la resistencia finalizaron y los matices mutaron en diferencias irreconciliables. Entonces Ezeiza es, a la distancia, una expresión más de una lucha intestina por el dominio del movimiento que hegemonizó la vida política desde 1946. Los sectores reaccionarios fueron amparados por Perón en la presidencia de la Nación y convirtieron a buena parte del Estado en un puñal para desangrar a lo que él llamó durante su ausencia del país "la juventud maravillosa".

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La familia está dividida y cada integrante hace su juego. José dice cuidar el legado ortodoxo de la doctrina y no duda en apretar el gatillo para poner las cosas en orden. El Hermano Daniel se siente el único heredero de una verdad celestial y la hija rebelde enfrenta a sus hermanos y al padre:
Victoria: Y ustedes también se cagan, aunque lo nieguen. Para ustedes, cagarse en el viejo es quedarse afuera de la familia. Para mí, es rechazar la obsecuencia de los alcahuetes. La familia, su herencia, es más que él y su nombre. Y él lo sabe, aunque se resista. Es un estratega y un estratega trabaja con la realidad. Una realidad que, más allá de sus convicciones que son muy difíciles de conocer, tiene que aceptar. Porque el viejo, mal que le pese, ya no se pertenece. Nos pertenece a todos.

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Tiempo después de aquel 20 de junio de 1973, la renuncia de Héctor Cámpora le abrió la puerta al regreso definitivo de Perón al gobierno y al poder. Así, la maquinaria de la Triple A adquirió un funcionamiento pleno de la mano de José López Rega, su ministro de Bienestar Social. Aun así, el discurso de la juventud peronista, echada de la Plaza de Mayo con aquella frase de los imberbes, hablaba del creador del justicialismo como un viejo sabio.

(La nota completa en Sudestada nº 121, agosto de 2013)

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