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Nota de tapa

José Saramago: Literatura de la tragedia

Escritor y provocador, artista y observador activo de la realidad, la obra de José Saramago se compone de un entramado de historias y personajes que expresan las encrucijadas de este tiempo. La crítica en su estado puro, una mirada siempre lista para la polémica ante este presente del hombre y de su entorno. O una lección de cómo sacarle el jugo a la alegoría en un mundo de explotación, miseria y esperanza.

De las noches y los días que componen la huella del tiempo en Lanzarote, las voces eligieron presentarse por primera vez una fresca tarde de otoño. El sol comenzaba ya a mojar sus talones en pleno océano y el viento se disponía a cumplir con su trabajo, como de costumbre. La isla estaba envuelta en un silencio perfecto, las aves ya se habían marchado y los perros de la casa parecían ocupados en nuevos y mínimos descubrimientos. Fue entonces cuando José escuchó algo, algo parecido a unas voces que provenían desde el límite azul de la isla, y decidió respetar su corazonada. Caminó el largo trecho que lo separaba hasta la costa, saltando las piedras volcánicas que recorren cada centímetro de Lanzarote, siguiendo el murmullo de las voces. Una vez de cara al vértigo húmedo de un mar embravecido, dibujado con veinte colores distintos, José eligió una piedra cómoda y se dispuso a sentarse y escuchar. Desde aquel día, las voces se hicieron parte del paisaje.

Cuando la Realidad necesita expresarse, busca una salida. Así recorre, uno por uno, los pasillos del laberinto hasta encontrar a alguien que le de una mano en su tarea. A veces elige con desesperación, mientras se desangra en el silencio más insoportable de todos los tiempos. A veces se equivoca, retrocede y vuelve a la búsqueda de algunos ojos, de algunas manos, que cuenten su terrible verdad. Y no es osado admitir que es esa Realidad la que empuja a algunos pocos a escribir algunas líneas forzadas, que la Historia y el Tiempo también exigen su parte en el botín y aparecen como protagonistas centrales en la obra de un puñado de artistas prodigiosos, castigados con la más ardua de todas las tareas: ser instrumentos de la Realidad. "No hay documento cultural que no sea a la vez una crónica de la barbarie", reconoció alguna vez el filósofo alemán Walter Benjamin, en referencia al papel del arte como reflejo inevitable de su tiempo. Porque, después de todo, no hay tarea más difícil que la de escapar de la Realidad a la hora de contar la historia de los hombres, por más pequeños y vulgares que ellos sean, por más absurdas y mínimas que resulten su vidas y por más simples y vacías que parezcan sus desventuras.

José Saramago es hoy uno de esos pocos artistas elegidos por la Realidad para contar sus penurias. En cada una de sus novelas, de sus notas periodísticas, de sus opiniones públicas, asoma el hocico esa Realidad que contamina, a favor o en contra, cada uno de sus pasos. Y qué mejor que la obra de Saramago para sintetizar la tragedia de estos tiempos, quién mejor que este portugués de prosa fluida y personajes contradictorios para tomarle el pulso a su tiempo a través de una literatura que no elude (porque, en definitiva, es imposible hacerlo) esa Realidad de la que muchos dicen escapar con éxito mientras se hunden en la ciénaga de la repetición, del lugar común y del mercantil negocio de vender libros como choripanes.

Polémico, provocador, desafiante, el autor de El Evangelio según Jesucristo dibujó durante toda su larga vida una saga de historias con un protagonista excluyente: el hombre de este tiempo. Considerado un "comunista recalcitrante" por el Vaticano debido a sus opiniones religiosas, denostado por los dueños de los ejércitos ideológicos más poderosos del capitalismo y siempre atento a la vertiginosa dinámica del presente, Saramago conoce muy bien su influencia y la aprovecha como un arma. Sus palabras resuenan en todo el mundo y levantan polvareda, y sus libros provocan una extraña paradoja: nunca antes en la historia el poder de los poderosos estuvo tan afirmado, nunca antes un imperio se manejó con mayor crueldad en cualquier lugar del globo y contó con el apoyo de las principales naciones de forma más impune, nunca antes la brecha entre ricos y pobres fue tan amplia y tan absurda, nunca antes el capitalismo gozó de un enemigo más débil y disperso que por estos días. Y sin embargo, los libros de Saramago multiplican sus lectores en todos lados, sus palabras tienen un eco interminable y ocupan cada rincón, cada escenario.

"Cada mañana, cuando nos despertamos, podemos preguntarnos qué nuevo horror nos habrá deparado, no el mundo, que ése, pobre de él, es sólo víctima paciente, sino nuestros semejantes, los hombres. Y cada día nuestro temor se ve cumplido, porque el ser humano, que inventó las leyes para organizarse la vida, inventó también, en el mismo momento o incluso antes, la perversidad para utilizar esas leyes en beneficio propio y sobre todo, en contra del otro. El hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el planeta y desde la perversión de la crueldad ha organizado una filosofía, un pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha abocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra", fueron palabras de Saramago, y esas son palabras que derrotan ahora al silencio, apartan los ruidos y se ganan un lugar.

Las voces que antes lo ignoraban, ahora deben ceder, mantnerse en silencio y escuchar. Aquellos que hasta hace un tiempo imponían su discurso, ahora deben callar por la fuerza de una multitud que les dice, como un reto, silencio, habla Saramago. Y tras él, la Realidad.

"Somos cuentos de cuentos contando cuentos, nada", escuchó alguna vez, ya sin sorpresa, entre el rumor errante de las olas y el olor de la tormenta que se asomaba detrás. Escuchó la frase que tan familiar le pareció y buscó en su memoria un destino conocido. Tardó largos minutos en recordar a Ricardo Reis, poco menos en murmurar el nombre de Fernando Pessoa y algunos pasos más en llegar hasta la casa y escribir la frase en un cuaderno. La noche invadía la isla sigilosamente, y el mar retornaba al sueño con sus colores y sus sonidos múltiples derrotados. José repitió la frase un par de veces, hasta que se decidió. Cerró sin prisa la ventana, dejó entrar a los perros al refugio cálido de la casa y comenzó a escribir.

"¿Dios? La religión nunca ha servido para acercar a las personas, sólo ha sido motivo para enfrentarlas unas a otras, para la muerte, la carnicería, la crueldad y las guerras", definió el portugués durante una de sus primeras visitas a Buenos Aires. El interés de Saramago por los misteriosos laberintos de la fe no comenzó con su decisión de narrar la vida de Cristo desde su particular visión, esa misma con la que se ganó los insultos de buena parte de la institución que dice representar a los creyentes católicos. Para intentar desentrañar la maraña de una religión repleta de contradicciones, Saramago decidió ir hasta el fondo y aportarle a Jesús una historia repleta de vida, de humanidad inédita para un personaje de semejante profundidad. El título del desafío fue El Evangelio según Jesucristo y para su autor representó un punto de inflexión no sólo en su trabajo artístico: también decidió abandonar Lisboa y refugiarse en un pequeña isla de las Canarias, como consecuencia de la intolerancia de varios funcionarios del área cultural en el país lusitano.

Las preguntas que se hizo Saramago, repletas de una lógica humana nada elitista, siempre fueron las mismas: ¿Por qué un invento del hombre, nacido del terror provocado por una existencia mortal inevitable ("Cuando el último de los hombres se muera, ¿qué pasará con la idea de Dios?, ¿quién la sostendrá?", se preguntaba), llegó a transformarse en un imperio que maneja fortunas y adoctrina a millones de personas? ¿Cómo es posible que unos pocos se arroguen el derecho de representar ideas abstractas y manden a la hoguera, y destruyan y sean cómplices de asesinos e impulsores de supuestas guerras santas (con el absurdo de dioses de un lado y dioses del otro de las trincheras) ahora con mayor influencia que siglos atrás?

Luego del atentado que barrió del mapa a dos edificios en New York, el propio Saramago escribiría uno de los textos fundacionales de esta nueva era, titulado "El factor Dios": "Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios", escribió entonces. Semejante herejía no pasó desapercibida: se trataba de un manifiesto con el claro objetivo de presentar batalla a la intolerancia religiosa y al fanatismo en tiempos en que el presidente del país más poderoso redefinía el viejo recurso de la lucha del "bien" contra el "mal" y aseguraba que Dios estaba, indefectiblemente, del lado de sus marines. El tiempo arrancaría los velos y dejaría ver una colección de miserias atroces: las imágenes de las torturas de los soldados americanos dejaba en una situación poco clara a Dios y a sus fanáticos seguidores, vencedores en la masacre de Bagdad, como antes en Kabul.

"Fuera de la cabeza humana no hay ni bien, ni mal, ni ideal, ni Dios, no hay nada", dijo Saramago. Sólo armas y palabras. Y palabras que se vuelven armas.

No siempre las voces de la costa decían algo específico, a veces divagaban, a veces se contradecían. Sólo de vez en cuando José entendía aquel murmullo, mezcla de vientos y mareas. A veces no eran más que viejas historias, simples repeticiones, citas ausentes. "Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces hay que transformar las circunstancias humanamente", le pareció escuchar una tarde, justo cuando se daba por vencido y emprendía el camino de regreso. Reconoció la cita al instante y le restó importancia. Recién por la noche, luego de recorrer los matutinos que llegaban a la isla con demora, comprendió con exactitud aquella frase escrita por Marx, citada por las voces del mar. La respuesta estaba allí, después de todo, en aquella frase frágil, nunca tan alejada de los ojos de los hombres como en aquellos días...


La dictadura de la democracia

Basta con repensar ciertas palabras intocables para descubrir que en su mayoría se encuentran vacías de contenido. Saramago se mete de lleno con una de ellas: la democracia. En su último libro Ensayo sobre la lucidez propone una situación que desorienta a los mandatarios de un país, que puede ser cualquiera, en donde más del ochenta por ciento de la población vota en blanco. Como el sistema y el estado no lo pueden digerir y ven amenazados los cimientos de ese poder intervienen de la manera que sea, con los artilugios que tan bien conocemos por estos pagos. "El estómago del sistema no está preparado, por ejemplo, para digerir el voto en blanco, porque le atemoriza", reconoce Saramago.

El libro intenta demostrar que quienes están encaramados en el poder nunca dicen la verdad y tienen a los medios de comunicación como su fieles aliados. "El primer ministro reconoció que la gravedad de la situación era extrema, que la patria había sido víctima de un infame atentado contra los cimientos básicos de la democracia representativa... sería preferible que comenzáramos sirviéndonos de métodos discretos, menos ostentosos, por ventura más eficaces que mandar al ejército a que ocupe las calles", explica en un fragmento del libro.

La elección de un lugar sin nombre parte de la noción internacionalista de los problemas más esenciales. Democracia hoy es la palabra que mejor le queda al mercado. "El poder efectivo en el mundo no es democrático. ¿Alguna vez Coca-Cola se presentó a las elecciones en algún país? ¿Ha dicho alguna vez 'tengo aquí propuestas electorales estupendas', 'tengo mis candidatos', 'hacer el favor de votar por Coca-Cola, Mitshubishi o lo que sea'. No se presentan a las elecciones porque no lo necesitan, porque ya tienen el poder. Y es un poder que en lugar de orientarse en dirección al ser humano, a la gente, a esa que yo digo que se merece la prioridad absoluta, se orienta en el sentido de que el dinero tiene que fabricar dinero como sea y si la solución para que ésto ocurra es, en primer lugar, la explotación desenfrenada de la fuerza de trabajo y de la gente y, en segundo lugar, la fusión de las empresas, en el fondo todo esto lleva a que el ser humano se convierta en algo descartado. Es decir que, cada vez que se funden empresas, ¿qué es lo que se produce inmediatamente? Desem-pleados, trabajadores en la calle, mil, dos mil, tres mil. Los gobiernos se limitan a crear la redes que permiten todo esto, porque en el fondo de aquí no hay que salir".

Dentro de esta lógica, los medios parecen ser quienes tienen la herramienta de callar y silenciar las injusticias. Para el escritor portugués queda en las personas comunes la esperanza del cambio, el arriesgarse a creer que sumando individualidades la acción colectiva puede dar sus frutos, que no todo está perdido. Parecería que para escribir su último libro Saramago se nutrió en gran medida de las noticias que difunde la CNN. Una de las tantas parodias mediáticas que aparecen en su pantalla cuaja perfectamente con el accionar de los medios en Ensayo sobre la lucidez: la noticia explicaba cómo algunos funcionarios iraquíes fueron a tomar clases para saber cómo debería ser su transición a la democracia. La reunión tuvo sede en México y responsables de la ONU catalogaron el encuentro con frases del tipo "no se trata de imponer modelos si no de intercambiar observaciones". O como en las últimas elecciones en nuestro país los medios pasaron por alto declaraciones del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, quien en una rueda de prensa para reconocer su triunfo electoral calificó como "exitosa" la labor del peronismo en la provincia, sin que nadie le reprochara que más de la mitad de su población se encuentra bajo el límite de pobreza, otro tanto en la indigencia y con mayor desocupación que esperanza. Ahí es donde se demuestra el tipo de complicidad y conveniencia de los grandes monopolios mediáticos del que habla Saramago.

Hay pensadores como el italiano Norbeto Bobbio que se empeñan en demostrar que la democracia es el sistema de representación "menos malo" y que está en los ciudadanos la obligación de mejorarlo. Para Saramago es todo lo contrario: "La democracia va desnuda. Pero, además, el sistema democrático está enfermo. Hay que exigirles a los políticos que, por lo menos, en todo momento nos digan la verdad. Yo digo que disentir es un derecho que tendría que estar en las constituciones de todo el mundo. El ciudadano tiene derecho a no estar de acuerdo".

Saramago intenta que salgamos de la modorra de ideas y tomemos conciencia que hay que cambiar el mundo. Evidentemente esta democracia que propone como única forma de participación depositar un papelito cada cuatro años ha demostrado no ser la forma para que las desigualdades se angosten. "La democracia no existe. Esto que estamos llamando democracia, ésto que todos los días, a todas las horas, en los discursos políticos, en el mensaje de los medios, estamos llamando democracia no existe. La democracia o las democracias, según su definición clásica, debería ser el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo. Puede parecer una definición tópica, pero esto no ha ocurrido nunca, pero precisamente porque no ha ocurrido nunca, pero también porque es algo que llevamos dentro como una aspiración humana, legítima, hay que insistir en ella. Cualquier sistema supuestamente democrático, que no tenga como prioridad absoluta al ser humano no sirve"...


La nota completa en la edición gráfica Nº30

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Autor

Hugo Montero

Autor

Ignacio Portela